La muerte y la doncella, originalmente escrita para teatro por Ariel Dorfman, es la obra hispanoamericana más representada en el mundo y no es de extrañar que Polanski mostrara su interés en adaptarla: no sólo partimos de una fascinación por el ojo por ojo y la venganza, ni de un discurso sobre la conversión de la propia víctima en verdugo, sino que estamos ante una película claustrofóbica que aprovecha el espacio para generar tanto una inundación de violencia como una siniestra sexualidad latente. Resulta imposible olvidar ese enfrentamiento entre una Sigourney Weaver y un Ben Kingsley donde, sin haber mención explícita, se sobrevuela toda la historia de un país como Chile donde vencedores y vencidos se vieron obligados a sostenerse la mirada. El propio título hace referencia explícita a la pieza de Schubert que la protagonista escuchaba mientras era torturada en tiempos de la dictadura.  Endika Rey

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