Jaime Lapaz (Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria)

Consagrado a la celebración de la dignidad de lo indigno, el cine de Sean Baker ha hallado su principal fuente de inspiración y color en los márgenes del sueño americano, en personajes que se dedican a la prostitución, la pornografía, el tráfico de drogas y otras variantes de la criminalidad de baja estofa. A esta colección de floridas figuras pendencieras, cabe sumar ahora, gracias a Red Rocket, a un suitcase pimp, concepto que alude, según el urbandictionary, al “marido desempleado de una estrella del porno que se hace cargo de los asuntos personales y de los negocios de la actriz”. A lo que faltaría añadir que se aprovecha de su mujer para establecerse en un falso estatus. A esto se dedica el irresponsable y carismático Mikey Saber, quien se beneficia del cálido halo de empatía que caracteriza la mirada de Baker, un cineasta alérgico al moralismo que, sin embargo, tras la luminosa The Florida Project, parece haberse liberado de la necesidad de redimir a toda costa a sus antihéroes. Hay en Red Rocket una acidez y un interés por la desfachatez que hermanan el retrato de Saber con el del Moondog, el trasunto de Charles Bukowski al que diera vida Matthew McConaughey en The Beach Bum, el último “cuelgue” de Harmony Korine; aunque cabe decir que, en Baker, sigue vibrando un humanismo flagrante, que en Korine solo palpita bajo una gruesa capa de nihilismo hedonista.

Como suele ocurrir en el cine de Baker, Red Rocket se afinca en un universo muy concreto: los suburbios de Texas durante las elecciones a la presidencia de los Estados Unidos de 2016. Allí habita Saber, una criatura sobreadaptada al arquetipo del hombre hecho a sí mismo. Aferrada a la determinación de su protagonista por salir del pozo de la miseria, en una perpetua huida hacia adelante, Red Rocket podría verse como el reverso tenebroso de Licorice Pizza de Paul Thomas Anderson, en tanto que, además de estar protagonizadas por emprendedores cuyo único lema es “tengo un plan”, ambas presentan unas encantadoras y asimétricas relaciones sentimentales. En el film de Baker, la inapropiada relación entre Saber, el actor porno venido a menos, y la joven Strawberry, la dulce y resuelta empleada de una tienda de donuts, se presenta como la única salida razonable para sus protagonistas, aunque también parece lógico que el universo conspire contra una alianza viciada por la desigualdad y el interés. Plenamente consciente de su carácter provocador y de su naturaleza tragicómica, Red Rocket sumerge al espectador en un mar de dudas: ¿Le reiríamos las gracias a Saber, el embaucador con gancho, si lo tuviéramos delante? ¿Aplaudiríamos sus actitudes presentes y su historial, marcado por un supuesto arsenal de premios Oscar del porno?

Red Rocket consigue articular sus ambigüedades gracias, en gran medida, al trabajo de Simon Rex, un intérprete con una carrera llena de altibajos que reemerge en el cine independiente norteamericano gracias a la sensibilidad de Baker. La operación remite, en un registro menos estelar, a lo que hicieron los hermanos Safdie con Adam Sandler en Diamantes en bruto: un ejercicio de “rescate” consistente en ahondar en la cara más magnética y a la vez indolente del actor. Baker, que prefiere el zoom al montaje entrecortado, el grano analógico a la asepsia digital, encuentra en Rex el perfecto receptáculo del carisma efervescente que irradian las personas que no conciben un no por respuesta. Su exhibicionista vanidad le permite conseguir siempre lo que quiere, sin pensar en las consecuencias. Mickey Saber es, como el Howie de Diamantes en bruto, un perdedor con alma de ganador, alguien que perjuró no volver jamás a las profundidades desangeladas de Texas, pero que al regresar lo hace con desenvoltura, abrazando el ridículo. También, al igual que Howie, Saber tiene el extraño don de corromper todo lo que toca, transformando cada una de sus interacciones, potencialmente inocentes, en una puerta abierta a la agresión. La búsqueda de trabajo le convierte en un dealer que suministra marihuana a los trabajadores de una planta petroquímica; la búsqueda de afecto le lleva a querer introducir a una menor de edad en la industria del porno… Por su parte, Baker, con su realismo sucio y a la vez lúdico, consigue que, pese a lo tremendo del asunto, nos riamos de ello. En manos del director de Tangerine, la risa deviene una poderosa arma crítica.