Contra las guerras gubernamentales y sociales, el incorruptible Aki Kaurismäki prosigue con El otro lado de la esperanza una batalla que no apunta al reflejo de lo visible, sino a la denuncia de lo que resta oculto. Como diría Bazin, saca provecho de la “estructura plástica (de la imagen), su organización en el tiempo”; dado que “se apoya en un realismo mucho mayor, (la imagen) dispone de muchos más medios para dar inflexiones y modificar desde dentro la realidad”. Kaurismäki mantiene su estilo, un escenario que parece de otro tiempo, con rasgos del kitsch, y un humor que parece convertir la situación en algo surrealista, y al mismo tiempo humanista, dado que no tripudia por encima de los personajes para hallar una incuestionable comicidad. En esta ocasión, el director de El hombre sin pasado se aproxima a la dramática realidad de los refugiados sirios, que viven un momento de gran vulnerabilidad después de cinco años de guerra. Los riesgos de cara a la supervivencia son especialmente elevados. Embarcan en viajes peligrosos a Europa, y se exponen al trabajo infantil, al matrimonio precoz, a la explotación sexual a cambio de la propia vida… Los valores humanitarios se desmoronan ante la intolerancia. En este contexto, Kaurismäki utiliza su cámara y su genio para defender a los refugiados mientras se posiciona en contra de los que insisten en estigmatizarlos, agredirlos y convertirlos en figuras invisibles. Renan Camilo

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