Víctor Esquirol (Festival de Locarno)

“Italia es una República democrática fundada en el trabajo”. Éste es, literalmente, el primer artículo de los “principios fundamentales” de la nación transalpina. Se trata de una pronta declaración en la carta magna de dicho país, un imperativo que, según los postulados del estado de derecho, va más allá de lo legal. Quizá es una cuestión de orden moral. De modo que dígase una vez más: “Italia es una República democrática fundada en el trabajo”. En L’apprendistato, de Davide Maldi, la frase en cuestión deviene un requisito indispensable para aprobar y pasar de curso. Nos hallamos en la que parece ser una prestigiosa escuela de hostelería, cuyos alumnos son un grupo de críos en aparente lejanía de la mayoría de edad. Pero una cosa es la edad legal (para trabajar, se entiende), y otra la edad “moral”. Así, durante casi hora y media, el retrato de la juventud que propone Maldi se presenta embrujado por un halo de incomodidad y desazón.

En apariencia, todo está en orden en L’apprendistato… y ahí está el problema. El grupo protagonista de preadolescentes acaba de ingresar en un centro educacional que dirige a sus pupilos hacia el muy añejo sector de la restauración. Como en todo buen oficio, los guardianes de sus esencias inciden en el respeto y obediencia que los recién llegados deben profesar hacia los veteranos. Para escalar en dicha pirámide laboral, dicen, deben respetarse las normas del juego, y a todos lo que están en los pisos superiores. Importan los méritos acumulados, pero también (o quizá más) la antigüedad. Esto último cala de tal manera que la propia película parece contagiarse de esta misma vejez. El tratamiento de la imagen y el sonido, así como las elecciones en el vestuario de los personajes y el diseño de los decorados, hacen que nuestra mente viaje hacia épocas pretéritas… y que, involuntariamente, acepte como normales las reglas de conducta de antaño.

Es solo con la irrupción de elementos que parecen anacrónicos (ese smartphone que el protagonista usa para iluminar los pasillos del centro en el que claramente está confinado) cuando conseguimos volver a un presente que cuesta situar geográficamente. El encierro que propone la acción se rompe solo con unas breves escapadas forestales (recordatorio de la naturaleza animal que sigue latiendo bajo las apariencias) y con la visita a un crucero de lujo, megaestructura acuática que no es más que una prisión flotante. Lejos de la “civilización”, los aprendices de las artes de la restauración se verán sometidos a una disciplina que no necesita llegar a niveles militares para anular la voluntad de los chavales. Del mismo modo, las autoridades no precisarán ni de gritos ni de castigos físicos para reafirmar esa jerarquía vertical que les mantiene en el poder.

En una de las escenas más reveladoras de L’apprendistato, los alumnos se toman un descanso de las clases prácticas (dejando atrás la meticulosidad de las reglas de protocolo en la preparación y gestión de las comidas y cenas de gala) y se embarcan en una lección teórica sobre la constitución italiana y los anhelos vitales. Es ahí, en esa charla filosófica en la que al profesor nunca se le llega a ver la cara, donde se revelan los “amables” mecanismos de control del sistema. La autoridad somete a unos pupilos que ven anestesiada su voluntad. En este contexto próximo al horror, la esperanza la pone el actor Luca Tufano, protagonista de esta inquietante fábula. En su mirada dispersa, en su sonrisa pícara, y en su oído atento al fuera de campo descubrimos la voluntad de un alma no sometida. Así pervive la esperanza de que, algún día, este chico sea capaz de concretar aquello que le define como tal: reírse de la autoridad, cuestionarla, burlar sus tentáculos… y así, por fin, escapar de ellos.

Por desgracia (anímica) y por fortuna (cinéfila), justo a continuación aparece Yoon Sung-a con Overseas, confirmando en la sección Cineasti del Presente un programa doble ideal para estremecerse ante el mundo que estamos construyendo. Ahora, la propuesta consiste en un documental cuyo propósito es seguir el proceso de formación de un puñado de chicas filipinas para convertirse en profesionales de la limpieza doméstica. Adoptando los métodos de observación de cineastas como Frederick Wiseman o Nicolas Philibert, Overseas plantea una escalofriante reflexión sobre cómo el servilismo puede fagocitar por completo la relación entre naciones. No en vano, la película documenta el proceso de manufacturación del que seguramente sea el principal bien de exportación de Filipinas.

Al principio, la cámara, nada intervencionista, toma especial esmero en el retrato tanto del contexto (planos exteriores de calles inundadas por la temporada de lluvias) como de las actividades que se realizan en los interiores. El esmero con el que Yoon Sung-a filma a las chicas preparando mesas, doblando sábanas o aprendiendo un inglés pensado para moverse única y exclusivamente entre las cuatro paredes del hogar va dejando paso a una serie de inquietantes escenas de simulación. Las tomas fijas se multiplican ahora en un montaje casi telenovelesco para ilustrar cómo, en el proceso de aprendizaje, se obliga a las alumnas a adaptarse a escenarios escabrosos: riñas injustificadas, caprichos abusivos, incluso intentos de violación por parte de los “amos”.

Preparando a las chicas para lo peor, se las acostumbra a unos paupérrimos estándares morales que, si finalmente se hacen realidad, serán mansamente aceptados. Pero, ¿y si la preparación de estas chicas se basara en valores como la dignidad, la bondad y el respeto a uno mismo? El silencio que Overseas ofrece ante esta duda es terroríficamente revelador, pues no hace sino constatar el triunfo de los principios neoliberales en la educación, piedra angular de cualquier sociedad. El tagalo, mientras, sigue manchándose de intromisiones de lenguas extranjeras. Horror de la globalización, podredumbre de la servidumbre, las constantes vitales de hombres y mujeres sometidas al ritmo del esclavismo empresarial.

En un travelling-out en el que la cámara se pasea por las entrañas de la bestia de la burocracia, vemos cómo las chicas se han “transformado” en aquello a lo que el sistema las había predestinado: un paquete listo para ser facturado a Qatar, Israel, Arabia Saudí… Se cumplen, por cierto, doce años de la presentación de Foster Child, seguramente la mejor película de Brillante Mendoza. En ella, el cineasta filipino incidía en el trauma de las “madres profesionales” de su país, encargadas de criar a niños destinados a convertirse en carnaza de la industria internacional de adopción. De la devastación a la desolación: entre una película y la otra, se traza una evolución que en realidad es involución. Con la educación en manos del gran capital, sigue avanzando la lógica empresarial… y sigue retrocediendo la humanidad.