¿Cuánto cine cabe entre un prolongado travelling por los astilleros de Viana do Castelo y las notas del bolero Perfidia sobre fondo negro, imágenes con las que Miguel Gomes abre y cierra la melancólica primera parte de su trilogía sobre el Portugal azotado el austericidio europeo? ¿Cuánta modernidad invoca esta película en la que su director reconoce en pantalla su incapacidad para cumplir su doble objetivo: dar cuenta de una profunda crisis social y al mismo tiempo crear un mosaico de historias maravillosas? ¿Cuánta autoconsciencia posee una película en la que unos chicos presentan a sus personajes antes de poner en escena un melodrama romántico construido con mensajes de texto e imágenes de los bosques quemados de Resende; un episodio que recuerda a Aquele querido mes de agosto?
¿Qué relación existe entre un grupo de obreros que se resiste a perder su empleo, un exterminador de avispas, unos políticos inútiles, unos valientes nadadores y el equipo técnico de una película (Las mil y una noches: Vol.1, El inquieto) cuyo director (Miguel Gomes) se ha dado a la fuga? ¿Es Gomes quién cuenta los cuentos de Las mil y una noches para contener la furia de sus técnicos, o es esa Sherezade que protagoniza el primer plano más bello del cine de los últimos años? ¿Cuántos narradores caben en esta película esquiva y fragmentaria que se hermana con los relatos medievales de Las mil y una noches, y en la que la voz en off de un gallo con alma de vidente cuenta la historia de una “pirómana celosa”? ¿Dónde se sitúa este maremágnum de voces, esta película hablada, en la dialéctica entre la influencia literaria y la reivindicación del relato oral?
¿Qué lugar ocupan en As mil e uma noites lo factual, lo folclórico y lo mitológico? ¿Qué reglas o intuiciones utiliza Gomes para hibridar tonos (comedia y tragedia), entrecruzar registros (lo real y lo imaginario), y encabalgar narraciones (resulta casi imposible distinguir cuándo empiezan y terminan las historias del film)? ¿Y qué demonios hace un emperador chino paseando por los campos del Portugal “de hace mil años”?
¿Es el episodio más abiertamente satírico de Las mil y una noches: Vol.1, El inquieto –con políticos portugueses e inspectores de la Troika atormentados por unas erecciones imposibles de aliviar– el más flojo de esta primera entrega de la trilogía? ¿No resultaba mucho más satisfactorio el modo elegantemente irónico con el que, en su corto Redemption, Gomes aludía a la humanidad perdida de los máximos dirigentes de la Europa de los recortes y la austeridad? ¿Cuál es el motor principal de la comicidad que emana de la película: los toques surrealistas, el sentido de la autoparodia o la delicadeza con la que Gomes mima la ingenuidad de su gente?
¿Por qué nunca llegamos a sentir que los desempleados de Las mil y una noches: Vol.1, El inquieto están reclamando nuestra compasión, pese a que narran en prolongados planos semi-frontales sus dramas personales? ¿Será por la entereza de sus testimonios, donde reluce una mezcla de indignación, resignación y, sobre todo, una genuina dignidad? ¿Será porque, lejos de formular un drama paternalista, Gomes construye un arca fabulística y vitalista que culmina, en el caso de Las mil y una noches: Vol.1, El inquieto, con un extático final que me hizo pensar en el cine de Aki Kaurismaki?