Laura Carneros (Festival de Málaga)

Les distàncies (Las distancias), de Elena Trapé, se alzó como la gran triunfadora de la 21ª edición del Festival de Málaga al llevarse los principales galardones del certamen: la Biznaga de Oro a la mejor película española, la Biznaga de Plata a la mejor dirección y la Biznaga de Plata a la mejor actriz para Alexandra Jiménez, ex aequo con Valeria Bertuccelli. Trapé sitúa en Alemania a un grupo de amigos que necesita realizar un viaje de cientos de kilómetros para tomar consciencia de su distanciamiento. La relación está más que rota cuando llegan a casa de Comas (Miki Esparbé) para darle una sorpresa por su 35 cumpleaños. Desde el comienzo, el comportamiento árido y egoísta de los personajes evidencia que ya todo se desmoronó hace tiempo. Olivia (Alexandra Jiménez), por ejemplo, llega a casa de Comas (Miki Esparbé) con más ganas de visitar el urinario que a su propio amigo. La hostilidad de los gestos y el poco tacto por ambas partes hacen que la mecha se consuma demasiado rápido. No se aprecia una escalada de tensión, ni una tirantez progresiva: la incomodidad es más que patente.

Comas no quiere recibir a sus “amigos”, pero tampoco se entiende por qué ellos están ahí. O más bien, por qué Guille (Isak Férriz) está ahí. Solo un motivo de guion justifica su presencia: de carácter exclusivamente agrio, su cometido es desestabilizar al resto de personajes acomodados, cobardes, que mantienen el contacto por inercia. La manera desproporcionada en que Guille desencadena cualquier confrontación hace sospechar que existe demasiada urgencia por exterminar un cuerpo visiblemente desmembrado. La película se divide en tres bloques: “viernes”, “sábado” y “domingo”, correspondientes a los días de llegada, estancia y partida. Desde la primera parte, los juicios se espetan sin titubeos y el interés queda reducido a descubrir cuáles son las rencillas del pasado. Quizá el abandono de la mesura en la puerta de embarque se justifique con la ligera enajenación que produce viajar. Del mismo modo en que los turistas hacen balconing en Torremolinos, la pandilla de Comas siente un impulso ciego hacia la autodestrucción.

Por su parte, Benzinho del brasileño Gustavo Pizzi, ganadora de la Biznaga de Oro a la Mejor Película Iberoamericana, aborda uno de los episodios más dolorosos al que se enfrenta una madre durante el ciclo de la vida: la partida de los hijos. El lenguaje poético desde el que Pizzi aborda las emociones de Irene, la protagonista, consigue capturar un estado anímico escurridizo. También el sonido juega un papel fundamental en la representación de los sentimientos: una especie de zumbido perturba la percepción de la realidad cuando Irene sufre sentimientos encontrados; ya que por un lado se alegra del progreso de su hijo, pero no puede evitar el desgarro ante la separación inminente. En una de las metáforas visuales más poderosas que se repite a lo largo de la película, como un oasis en mitad de la temida cuenta atrás, Irene, tumbada en un flotador gigante, acoge a su hijo mayor en el regazo, quien descansa sobre ella en posición fetal. Los dos flotan a la deriva, en mitad de la engañosa “dulce espera” que algún día quedará interrumpida por un segundo parto. Pero aunque esta sea la mayor preocupación de Irene, alrededor de ella orbitan pequeños asteroides que amenazan constantemente su estabilidad. La sobrecarga mental y física que a diario soportan muchas mujeres queda reflejada en la vida de la protagonista, quien es capaz de estudiar y trabajar a la vez que es madre de familia numerosa. En este sentido, resulta rompedora la escena en que Irene se enchufa los auriculares y comienza a bailar poseída como una adolescente. De esta manera se despoja de la carga que la define, y es cuando podemos ver a la mujer en esencia, liberada por completo de los roles que la sociedad le impone.

La nueva película de David Trueba, Casi 40, obtuvo la Biznaga de Plata Premio Especial del Jurado ex aequo junto a La Reina del miedo, de Valeria Bertucelli y Fabiana Tiscornia. En realidad, el largometraje participó en el certamen casi por sorpresa, y ante la pregunta de por qué tanto secretismo, el director contestó: “Es una película hecha fuera de los cauces habituales de la industria. No es tanto el secretismo como la marginalidad asumida”. A lo que Fernando Méndez-Leite, miembro del comité de selección y moderador de la rueda de prensa, añadió: “Ni siquiera la ofreció, tuvimos que hacer labores de espionaje”. 

El nuevo largometraje de David Trueba reúne a dos de los personajes principales de La buena vida, primera película del director en la que Lucía Jiménez y Fernando Ramallo apenas eran adolescentes. Pero el único nexo entre las dos obras es la presencia de los actores, pues tanto el tono como la forma obedecen a necesidades narrativas totalmente distintas. De hecho, si hubiera que trazar paralelismos con alguna película, esa sería Los exiliados románticos, de Jonás Trueba. Son tantas las referencias que, en lugar de Casi 40, el título podría ser: Los retornados racionalistas. Y es que, existe un nexo temático que obedece a la crisis personal propia del paso de una década a otra. Mientras que en la película de Jonás Trueba sus personajes andan en la crisis de los “casi 30” y sus conversaciones –proyectadas hacia el futuro– giran en torno a los hijos, el compromiso y la sensación de inmadurez ante la vida, Él y Ella (así se denominan los protagonistas de Casi 40) se enredan en diálogos retrospectivos que denotan cierta pesadumbre o desencanto.

La inconsciencia de aquellos amigos que viajaban a Francia en una furgoneta familiar naranja, sin rumbo, únicamente persiguiendo los pequeños placeres, se opone a la gira de conciertos que Él ha programado para Ella en una furgoneta gris, perteneciente a la empresa para la que trabaja (el color importa, y la propiedad también). Aún así, en el gesto de lanzarse a la carretera queda un atisbo de resistencia ante el conformismo que conlleva la búsqueda de la estabilidad. El viaje que estos dos amigos inician en solitario supone una oportunidad para cerrar heridas y reprogramar una segunda etapa, partiendo, como expresa la canción principal de la película, de la aceptación personal. Formalmente, el contraste entre la introducción de actuaciones musicales completas, sin cortes, y el uso de elipsis impiadosas, en otras ocasiones, pone en evidencia, de nuevo, la comunión entre Casi 40 y Los exiliados románticos. La simbiosis se completa con otros elementos que abundan especialmente en la filmografía de Jonás Trueba: los libros, las librerías, los periódicos y hasta Vito Sanz pegado a la barra de un bar. Sin embargo, la manera en que se articulan las escenas y las conversaciones en Casi 40 dan como resultado una película que no termina de fluir, a la que le cuesta liberarse de ciertos patrones impuestos, opresores, de los que David Trueba dice ha querido desprenderse a través de una película muy personal que él mismo considera hecha en los márgenes.

En la Sección Oficial de Documentales, Xiana do Teixeiro presentó su largometraje Tódalas mulleres que coñezco, que podrá verse a principios de mayo en DocumentaMadrid. El trabajo de la realizadora gallega parte de una conversación con sus amigas, en la que registra experiencias reales que ponen de manifiesto una realidad alarmante, que sin embargo está comúnmente aceptada: todas las mujeres viven con miedo y perciben el acoso sexual como una amenaza diaria. La directora pone en marcha el film con el fragmento de una entrevista a Nina Simone, en el que la cantante concluye que la libertad es vivir sin miedo. Curiosamente, este vídeo, con imágenes en color, contrasta con el blanco y negro que do Teixeiro escoge para registrar todo el material, como si tales temores privaran a las mujeres de vivir plenamente. Sin embargo, esta decisión formal tiene más que ver con cuestiones prácticas que con cualquier intencionalidad discursiva, pues la realizadora explicó durante el coloquio que grabar en blanco y negro suponía menores problemas para el posterior etalonaje. El documental se divide en tres partes, y en las dos últimas la directora propone un diálogo entre diferentes generaciones tras la visualización del material filmado en la primera. Con ello, surgen diversos puntos de vista que hacen replantear lo expresado, como en el caso de la complicada labor de concienciar a las mujeres del peligro sin transmitir el germen del miedo. Según do Teixeiro, su intención es continuar generando conciencia a través del debate, con la proyección del documental en diferentes centros educativos, tal y como puede verse en la propia película.

Por último, como novedad en esta edición, el Festival acogió la presentación de la miniserie televisiva Matar al padre, dirigida por Mar Coll, dividida en cuatro capítulos de 50 minutos que Movistar Plus estrenará el próximo 25 de mayo. La directora retoma su tema favorito: la familia. Y escoge como protagonista al actor Gonzalo de Castro, quien interpreta a Jacobo, un padre neurótico y sobreprotector. Mar Coll mantiene su sello de autora desde la cabecera: ya en la introducción, es posible reconocer la voz de una cineasta que se adapta al formato sin perder las formas, aunque la peculiaridad del medio parece imponer otros tiempos a la hora de exponer el relato. El guion, escrito por la propia Mar Coll junto a Valentina Viso (colaboradora habitual en sus trabajos) y Diego Vela, basa su centro gravitatorio en la relación despótica de Jacobo con su esposa y sus dos hijos. La rivalidad intrafamiliar resultará insuficiente para mantener el interés en el desarrollo de los acontecimientos, que se impulsan a base de las batallas entre el equipo madre-hijos contra Jacobo. En cuanto al tono, Matar al padre busca un humor negro que no termina de cuajar, lejos de las situaciones irónicas que la realizadora maneja con precisión.