Carlota Moseguí

Cuentan los compañeros que asistieron al Festival de Locarno de 2014 que en todas las proyecciones del film griego A Blast se colocó un cartel advirtiendo del contenido violento y sexual de sus imágenes. El segundo largometraje de Syllas Tzoumerkas no fue el film más polémico de aquel año, pero la anécdota resulta un tanto curiosa en cuanto los certámenes cinematográficos raramente miman así a su audiencia. Como la gran mayoría de festivales, el BAFICI no parece demasiado preocupado por prevenir los traumas visuales que puedan sufrir sus espectadores. Sin ir más lejos, el cortometraje austríaco Vintage Print –para el que la Berlinale prohibió la entrada a epilépticos en su estreno mundial– se integró aquí en la Competencia de Vanguardia y Género sin ninguna nota informativa de advertencia. El BAFICI es, pues, el rey de la provocación. Un festival tan arriesgado como intenso, que esconde algunas de las películas más extremas de la temporada en su pantagruélica programación compuesta por más de 400 títulos.

Así, el film-estrella que podría caracterizar mejor al BAFICI se encuentra en la Competencia Internacional y lleva por título La noche. “La película protagonista de esta edición”, señaló el nuevo director artístico del BAFICI, Javier Porta Fouz, durante su premiere mundial; a lo que añadió, “una de las mejores películas que ha dado el cine argentino en los últimos años”. Y cabe decir que La noche no es una película cualquiera. La ópera prima del célebre actor porteño Edgardo Castro (Historia del miedo o Castro) es un acto de rebeldía autoral, un manifiesto contra los convencionalismos que abundan en las secciones oficiales de los certámenes internacionales.

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A diferencia de La larga noche de Francisco Sanctis –otro film argentino de la Competencia Internacional que comentamos más adelante–, el debut de Castro no hace referencia al transcurso de una sola noche. Más bien, se entiende como una acotación de “el mundo de la noche”. Durante dos horas y media de metraje, presenciamos las pautas de comportamiento excesivas de la peor fauna nocturna imaginable. En otras palabras, La noche ofrece una ruta malsana por los bajos fondos del Buenos Aires contemporáneo. Un descenso a un infierno real, también humano, que causará un gran rechazo al espectador debido a las prácticas extremas –sobre todo, sexuales– que lleva a cabo su cicerone (interpretado por el propio Edgardo Castro). Por otro lado, es necesario señalar que Castro es el único actor que aparece en el film, pues el resto del elenco no-profesional está conformado por auténticas prostitutas, strippers transexuales, adictos a la cocaína, vagabundos y camellos.

Deudora del cinéma vérité, La noche es un tour de force dardenniano que entronca con el realismo sucio de Baise-moi de Virginie Despentes y Coralie Trinh Thi, o incluso de la más comedida Mis escenas de lucha de Jacques Doillon. Sin embargo, debido al contenido sexual de sus escenas –felaciones, ménages a trois y sexo anal explícito durante siete octavas partes del film–, La noche ha sido erróneamente vinculada con la pornografía de Gaspar Noé. Este film –que ha tardado un lustro entero en salir a la luz– es la antítesis de LOVE, Irreversible o Enter the Void. A diferencia de Noé, Castro no busca la estilización del exceso, sino que se entrega al decadentismo, en una suerte de documental sexual autobiográfico. La prueba de que La noche se sitúa a las antípodas del cine de Noé o de Shame de Steve McQueen se halla en la composición de los encuadres. Para evitar romantizar la tragedia, Castro reniega de los encuadres “perfectos”. Aquí no hay personajes bañados en neones inverosímiles, sino que la cámara persigue y acosa a esas criaturas noctámbulas con un zoom claustrofóbico. Aunque a priori parezca imposible, toda la película ha sido rodada con primeros planos, a excepción de la –cursi, moralista y poco rompedora– secuencia final. A muchos, La noche les parecerá un ejercicio de exhibicionismo vacío. Para otros, una muestra escabrosa (pero necesaria) de la jungla de soledad que habitan los outsiders, y en especial el colectivo LGTB.

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La segunda película-sensación del BAFICI es una magnífica ópera prima argentina que concursa en la Competición Internacional. Seleccionada en la sección Un Certain Regard del próximo Festival de Cannes, La larga noche de Francisco Sanctis es una adaptación libre de la novela homónima de Humberto Constantini que brilla por la sobresaliente interpretación de Diego Velázquez. Andrea Testa y Francisco Márquez –dos directores noveles nacidos después de la dictadura– son los autores trás de este homenaje a los desparecidos (o ‘chupados’, como se les conocía en aquellos tiempos). Cabe señalar que no estamos ante una adaptación fiel de la obra de Constantini. Aquellos que deseen revivir al pie de la letra la odisea nocturna que describió el novelista argentino probablemente no disfrutarán del visionado de este film en el que Testa y Márquez han deconstruido la fuente original, planteando incluso un desenlace alternativo.

Según comentaron los cineastas durante la presentación, las alteraciones del texto sólo pueden valorarse (y perdonarse) si se entiende el verdadero sentido de la película. La larga noche de Francisco Sanctis es mucho más que un relato épico sobre un hombre que pondrá en peligro su vida (y la de su familia) para salvar a dos secuestrados. El film no da a conocer la sucesión de acciones que llevó a cabo el personaje de Francisco Sanctis en la ficción de Constantini cuando dudaba entre socorrer, o no, a aquella pareja de desconocidos. La película es un plano subjetivo de setenta y siete minutos sobre el pensamiento más trascendente del protagonista de esta novela escrita como un monólogo interior: su decisión de intervenir sin importarle las consecuencias. Así, La larga noche de Francisco Sanctis es una recreación visual de la evolución psicológica de su protagonista: del tránsito entre seguir perteneciendo a una mayoría silenciosa, miedosa y ciega, a convertirse en otro mártir anónimo de la dictadura por defender lo correcto.

Por otro lado, los directores resuelven la representación total de ese cambio de actitud a través de una secuencia sobrecogedora –carente de diálogos y filmada íntegramente con primeros planos (como el resto del film)– en la que el protagonista escucha la letra de una canción de Roberto Carlos. Testa y Márquez plasman la sensación de paranoia y los dilemas morales que persiguieron a toda una generación en este excelente psicodrama que, además, presenta todos los ingredientes del cine negro. La larga noche de Francisco Sanctis también puede interpretarse como uno de los mejores remakes de El hombre que sabía demasiado.