Manu Yáñez
El Foco Europa del XII Festival de Sevilla, dedicado a la “Contra-comedia” (la heterodoxia de la comedia europea contemporánea), nos ha permitido recuperar uno de los títulos más celebrados por la crítica italiana en el Festival de Venecia de 2014. Se trata de la hilarante Belluscone. Una storia siciliana, docuficción en la que Franco Maresco –creador junto a Daniele Ciprì del celebrado programa de sátira sociopolitica Cinico TV– se propone explorar “los orígenes criminales y sicilianos de Silvio Berlusconi”, como apunta en la película la omnipresente y frenética voz en off del cineasta. Belluscone es una película ruidosa: a la labia del director y sus interlocutores, cabe sumarle una colección de vulgares tonadillas que interpretan un grupo de estrellas de la canción “neomelódica”, profesionales de la banalidad que agitan el corazón de las adolescentes de los suburbios napolitanos con baladas románticas… ¡y odas a Berlusconi! La paradoja del asunto es que, en su aproximación a este universo arcaico y chillón, Maresco choca contra una inquebrantable ley del silencio, donde la palabra “mafia” es tabú y el miedo a las represalias hace enmudecer a una Italia corrompida por una cultura de la frivolidad y la telebasura.
Contra este muro de silencio, Maresco diseña un dispositivo cinematográfico basado en conceptos opuestos: ingenio y agresividad, sofisticación y brutalidad. Del lado de la sutilidad, Belluscone se enmascara como un falso documental sobre la figura de un cineasta (el propio Maresco) que desaparece misteriosamente ante la desesperante avalancha de contratiempos que boicotean la realización de su film. Y luego, por el lado de la agitación, Maresco plantea una serie de entrevistas caracterizadas por una cierta impertinencia: una tendencia a ridiculizar a sus interlocutores o a situarlos en posiciones incómodas, forzando confesiones acerca de sus lazos con la mafia. En este sentido, Belluscone es un film problemático en términos éticos, sin embargo, la alarmante desventaja de Maresco en su lucha contra ese Goliat invisible i omnipresente que es la cultura berlusconiana ayuda a comprender la beligerancia con la que el cineasta echa mano de la ironía y la acidez. En cualquier caso, pese a que sus maneras puedan recordar a las de Michael Moore, Maresco parece alérgico a la demagogia y lejos de presentarse como la solución al problema, no tiene problemas en admitir (con ironía, eso sí) sus errores e incapacidades.
Por último, es necesario aclarar que, con Belluscone, Maresco demuestra ser un antropólogo, sociólogo e historiador de primer orden. Gracias a un montaje endiablado que entremezcla material gráfico, noticiarios y espeluznantes emisiones de televisiones locales –donde la mafia transmite mensajes codificados a sus presos, los “huéspedes del estado”–, Maresco disecciona varios episodios de la historia moderna de Italia: la colaboración de la mafia en la construcción del imperio televisivo de Berlusconi, el pacto entre mafia y estado, y la destrucción de la cultura popular y su reconversión en herramienta de propaganda. Así, tiñendo de negro su discurso satírico, Maresco levanta la voz contra las ruinas morales y culturales de su país. En una de las últimas imágenes de Belluscone, vemos a Matteo Renzi, actual Primer Ministro italiano, haciendo el payaso en un magazine televisivo. Es la ley del populismo, a la que Maresco responde con ánimo burlón, pero entregándose a una profunda desolación.