Carlota Moseguí

A Lullaby to the Sorrowful Mystery presentaba uno de los mayores retos para el cineasta filipino Lav Diaz. Por primera vez, el autor de From What Is Before se enfrentaba a la caracterización de auténticos héroes nacionales. Atrás quedaron los individuos anónimos que encarnaban el sufrimiento milenario de todo un país a través de sus cotidianas vivencias trágicas. Su nueva y sublime obra maestra de ocho horas de duración, que compite por el Oso de Berlín, es una de sus habituales reescrituras de la Historia de Filipinas, aunque ésta no está narrada por la gente corriente que suele protagonizar sus largometrajes, sino por los mártires de la Revolución Filipina (1896-97) que fueron derrotados por los colones españoles. En este sentido, y tratándose de Diaz, su acercamiento a la figura del ídolo popular trasciende el ámbito estricto de la Historia. En A Lullaby to the Sorrowful Mystery encontraremos tanto a los héroes y antihéroes de la insurrección –Andrés Bonifacio, su esposa Gregoria de Jesús, el escritor José Rizal o el Capitán Aguinaldo, entre muchos otros–, como a figuras mitológicas –Bernardo del Carpio y el monstruo Tikbalang– o personajes literarios de la novela de José Rizal, El Filibuterismo –Juan Crisóstomo Ibarra (alias Simoun), el poeta Isagani, el doctor Basilio, el Padre Florentino y un largo etcétera–. De este modo, tres dimensiones distintas de una realidad concreta (Filipinas, a finales del siglo XIX) convergen en un mismo espacio.

Cuando los protagonistas de A Lullaby to the Sorrowful Mystery se adentren en el espesor de la jungla se cruzarán con los personajes de la ficción de un escritor afín a la revolución o con seres del folclore popular, como si nos enfrentáramos a una película de Apichatpong Weerasethakul. El espectador occidental que no esté acostumbrado a este tipo de películas en que la realidad (histórica) y la fantasía coincidan con tanta naturalidad y sin pretensiones de verosimilitud, deseará huir de la sala de cine durante las primeras seis horas. Pero, antes de tirar la toalla, reconsiderémoslo. Si elogiamos el mismo recurso en las obras de Weerasethakul –no olvidemos esa cola de tigre en el cuerpo de uno de los protagonista de la segunda parte de Tropical Malady, o la aparición del hombre-mono en Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas–, ¿por qué no permitírselo a Lav Diaz? El secreto es ceder y esperar al desenlace, momento en que todas las piezas del puzzle encajarán.

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El sonido de unos disparos en un plano subjetivo de unos soldados apuntando con sus armas a las futuras viudas –para que éstas no socorran a los rebeldes que van ser a fusilados–, indica que el escritor José Rizal ha muerto. Su ejecución sucede en fuera de campo, sin embargo, el público puede adivinarlo al leer el horror en el rostro de los testigos de la ejecución. El icono de la Revolución fue asesinado, pero su literatura permanece viva; pues, en la siguiente secuencia, un hombre llamado Simoun –protagonista de la mayor novela que escribió el recién fusilado, titulada El Filibuterismo– se pasea por la tumba de su amada María Clara. Simoun, que en sus tiempos revolucionarios (es decir, en la precuela del libro citado, llamada Touch Me Not) era conocido con el nombre de Juan Crisóstomo Ibarra, ahora ha abandonado el idealismo, convirtiéndose en el topo del Capitán General. Este oficial, que recibe la información confidencial de Simoun, también celebra la muerte de Rizal y la de Andrés Bonifacio (que sucederá a continuación) en otras escenas. En este sentido, el Capitán General –archienemigo de la Revolución– tiene el don de trasladarse de la ficción de José Rizal que Diaz está reinterpretando a la puesta en escena histórica de la caída de la Revolución. Además, el Capitán puede comunicarse con el demonio mitológico Tikbalang –representado a través de tres personajes humanos distintos– y le solicita que destruya a otra criatura del folclore que ha devenido el símbolo de la ansiada libertad de los insurrectos: el superhombre Bernardo del Carpio. Como decíamos, la calidad de A Lullaby to the Sorrowful Mystery no reside en la verosimilitud o coherencia del relato. El decimoquinto largometraje de Lav Diaz narra un único acontecimiento –la derrota de la primera revuelta asiática contra una colonia europea– enlazando la Historia, la literatura y la mitología de Filipinas.

Si existe un corazón de A Lullaby to the Sorrowful Mystery éste sería la búsqueda del cadáver de Andrés Bonifacio que lleva a cabo la viuda por la frondosa selva. Gregoria de Jesús –interpretada por una brillante Hazel Orencio (vista en otros seis films del autor de Norte: the End of History)– no está sola en el duro cometido. La acompañan la ex-amante y segunda confidente del Capitán General llamada Cesaria Belarmino (Alessandra de Rossi), la señora Hule (Susan Africa) y su amigo enfermo Kayro (Joel Saracho). A medida que avance esta atípica road movie, el espectador no tardará en averiguar que la elección de dichos individuos no es casual, pues cada uno de ellos simbolizan una característica esencial de la cultura filipina. El remordimiento y la culpa serán encarnados por Cesaria (nuestra bella Helena de Troya filipina), que antes de arrastrarse por el lodo en una de las secuencias más bellas del film, asimilará su malicia proclamando “Yo fui capaz de destruir un imperio”. Por otro lado, la señora Hule representa una especie de ayuda o consuelo maternal que espera la nación, mientras que Kayro es, en efecto, una metáfora de la enfermedad (en estado terminal) que sufre Filipinas; es decir, el peso de la muerte que el pueblo arrastra desde hace siglos y que ha derivado en un profundo desencanto.

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La búsqueda de Andrés Bonifacio no dará resultado. Tras treinta días en la jungla, Gregoria de Jesús retorna a su hogar sin ningún indicio sobre el paradero del hombre que originó la Revolución, de “el gran desaparecido” –título original del largometraje desde que Lav Diaz escribió el guión en 1998–. Entonces, ¿cuál es ese misterio doloroso al que hace referencia el nuevo título de la película? La gran incógnita o resolución de la trama no es hallar un cadáver. Igual que Century of Birthing, From What Is Before o la filosófica Norte: the End of History, Lav Diaz maltrata a sus protagonistas hasta que son capaces de abrazar la ausencia de toda escapatoria; el cineasta los martiriza –como el mundo torturó a Filipinas– hasta que reconocen la maldad, perversión y crueldad que infringen de hombre a hombre, de igual a igual. Incluso uno de los grandes héroes nacionales de la literatura filipina, Crisóstomo Ibarra, confesará su malicia en su exquisito monólogo extraído del texto original de José Rizal: “En mi deseo de venganza, originé el caos”.