Escindida por una brecha tan elíptica como cósmica, Lazzaro felice nos lleva desde una Italia rural de coordenadas temporales confusas –que parece salida del temprano siglo XX de El árbol de los zuecos de Ermanno Olmi– hasta una Italia contemporánea mendicante y tristemente reconocible. Rohrwacher emplea este salto temporal para plantear una cierta continuidad en los modos de opresión del poder sobre la ciudadanía: si antes eran los terratenientes los que oprimían a sus empleados, hoy es la banca –y los poderes facticos y culturales en su conjunto– la que ha tomado el control de la sociedad, liquidando por el camino todo rastro de humanidad. Entre las virtudes de Lazzaro feliz está la demostración de que, en materia cinematográfica, todo puede devenir un gesto político. Por ejemplo, la decisión de filmar en formato analógico, en 16mm, descubriendo en las texturas granulosas del cine pretérito una intemporalidad con la que hacer dialogar pasado y presente. O el interés por el cine anticronológico: de una escena a la siguiente, podemos pasar de un día soleado a uno nevado (sólo un ejemplo de cómo el film rompe con la ortodoxia fílmica y deviene una obra imprevisible). He aquí una obra que, alejándose de la mirada misantrópica que parece regir el cine contemporáneo, no solo nos alerta de los males de nuestro presente, sino que además nos da las herramientas afectivas para derrotarlos. Manu Yáñez

Programación completa de la Filmoteca de Catalunya