¿Hay más allá de las ultracodificadas imágenes de Lo que esconde… algo más que un oscuro, negro, negrísimo abismo: la nada, una broma infinita carente de significado? El film configura un cosmos plagado de pistas y señales, indisociable de su lectura obsesiva. De esa misma cultura pop surge también la sombra de la paranoia, que se apodera de aquellos que buscan leer más allá, llegar al fondo del asunto. Las claves proliferan por todas partes, rodeando al cochambroso protagonista, Sam (un maravillosamente alelado Andrew Spider-man Garfield): en unos febriles fanzines –que dan título a la película–, en las letras de canciones, en personajes de cómic, videojuegos o cajas de cereales vintage.  Emulando el fetichismo pop de Thomas Pynchon, Mitchell teoriza en las imágenes de su film-laberinto sobre la disolución de las fronteras morales en un mundo a la deriva: abocada a la posmodernidad, la realidad parece no estar ahí para ser juzgada, sino únicamente para ser experimentada. Júlia Gaitano

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