Carlota Moseguí

En la pasada edición del Festival de Ourense, el gallego Lois Patiño presentaba su videoinstalación Fajr. Meses después, adaptada al formato del cortometraje, la obra se estrena en la competición del Festival de Rotterdam. Ciertamente, el visionado de Fajr desde la butaca de una sala de cine promete un mayor impacto sobre su audiencia, así como una lectura más fácil de la doble línea narrativa de la cinta, que como el resto de la filmografía del autor de Costa da Morte versa sobre el paisaje, y el espacio (o rol) del hombre en el interior de éste. Por un lado, la primera línea corresponde a la puesta en escena de las mutaciones que sufre un paisaje natural cuando pasa de la total oscuridad a la luz cegadora; es decir, de la noche al día. Fajr está compuesto por una serie de planos estáticos de las dunas del desierto de Marruecos. De entrada, diríamos que nada se mueve en el interior de esas escenas. Sin embargo, nos equivocamos. Con la llegada del amanecer, el nivel de luz aumenta. Eso hace que las sombras desaparezcan y surjan variaciones en los colores; por lo tanto, sí hay algo que se está moviendo (mutando) en dichas secuencias: el mismo paisaje.

La segunda “historia” –o, mejor dicho, transformación física– que representa Patiño en Fajr corresponde a un estado de conciencia que el cineasta ilustra a través del cuerpo de los individuos que lo experimentan. Los protagonistas anónimos del film son figuras petrificadas, ancladas a las dunas, que serán testigos de la extinción del silencio cuando suene el adhan (la llamada a la oración en el Islam). Esas figuras –hombres vestidos con túnicas y turbantes blancos o negros– se hallan en un estado de total plenitud panteísta que desembocará en la experimentación de lo sublime. A continuación, Patiño ilustra visualmente el estado de éxtasis indescriptible en el que se encuentran sus personajes manipulando la imagen de manera extraordinaria. El cineasta añade un alargamiento vertical sobre las siluetas hasta que las hace desaparecer en un arco iris, como si la mente de esos seres humanos realmente se hubiese fundido con el paisaje.

Durante la quinta jornada del Festival de Rotterdam, se estreno el sexto largometraje que compone la competición Tiger. Indefinible y descabellada, la ópera prima del neerlandés Daan Baaker es el film que ha devuelto el espíritu del festival a la sección oficial. De entrada, debemos aclarar que ningún film que opta al Tiger Award nos ha decepcionado. Sin embargo, la inclusión de películas rigurosamente académicas como Light Thereafter o Columbus demuele la línea de programación que ha seguido el certamen durante tantas ediciones. Así, a las antípodas del manual del academicismo se sitúa Quality Time. La película más marciana de esta edición es una comedia absurda sobre las complicadas relaciones entre adultos con crisis de identidad y sus padres.

El debut de Baaker está dividido en cinco historias que llevan el título de los cinco treintañeros protagonistas. En la primera, la voz en off de Koen –un círculo blanco sobre un fondo rojo– confiesa que su padre –otro círculo blanco– se divierte viendo a su hijo ingerir leche y jamón hasta ponerse enfermo. La siguiente historia, titulada Stephan, está íntegramente filmada con la cámara en vista de pájaro. El relato está protagonizado por un hombre con un trastorno límite de la personalidad cuyo proyecto fotográfico sobre lugares de su infancia (prescrito por su psiquiatra) no termina de curar su dolencia. El siguiente relato, también relacionado con la infancia del tercer personaje llamado Kjell, narra un viaje en el tiempo, concretamente a uno de los mejores recuerdos de su vida con sus padres. En el cuarto, conoceremos el día a día de un hombre que vuelve a la tierra tras una abducción alienígena, y los raros hábitos de una reunión familiar en el último episodio. Mezclando la ficción convencional con animación minimalista, y una invasión de intertítulos que aparecerán y desaparecerán de la pantalla siguiendo la estética de un videojuego, Quality Time retrata la vulnerabilidad y responsabilidad de la edad adulta con un humor parecido al del grupo Monty Phython.