Hubo un tiempo en que cada nueva película de Julio Medem era un acontecimiento. Tras debutar con la espléndida Vacas, acercamiento a dos familias vascas enfrentadas a lo largo de tres generaciones, y confirmar su talento con La ardilla roja, extravagante aventura en un camping donde se indagaba en los recovecos de la memoria y de la identidad, Medem consiguió su mayor repercusión internacional tras la inclusión de Tierra en la sección oficial de Cannes. Los amantes del circulo polar, su cuarta película, pasó por Venecia y le confirmó como uno de los cineastas españoles más representativos de los noventa. Entonces todo sonaba a nuevo: el azar como método resolutivo dentro de la trama, las rimas entre sus elementos como compases, el drama fugazmente interrumpido por la comedia, el amour fou y la estructura circular como sentido final de las vidas de sus personajes, etc. Todos esos elementos, que continúan en el último Medem, suenan ahora a marcas de estilo un tanto desgastadas, pero ello no desvaloriza la relectura de las primeras películas del cineasta guipuzcoano. Los amantes del círculo polar es, tal vez junto a Lucía y el sexo, el momento culminante de su filmografía: una historia que se empeña en ser redonda sin dejar de lado las aristas. Endika Rey

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