Enlace a la web del Atlántida Film Fest.

Información y porgramación completa del Atlántida Film Fest.

THE EVENT. Sergei Loznitsa. 72 minutos. Holanda/Bélgica (2015).

Un cuarto de siglo después de la desintegración de la URSS, el cineasta ucraniano Sergei Loznitsa revisa un episodio histórico que posiblemente cambió el curso de la historia. The Event (Sobytie) es una recopilación de imágenes de archivo sobre los tres días que sucedieron al golpe de estado fallido de agosto de 1991, que pretendía devolver el orden y la firmeza comunista al nuevo gobierno de Boris Yeltsin. Curiosamente, Loznitsa descarta documentar el intento de la toma de poder en Moscú y se centra en las protestas que provocó este suceso lejano en San Petersburgo. Tal como ocurría con los manifestantes ucranianos de Maidan, la anterior película de Loznitsa, los inconformistas ciudadanos de San Petersburgo trastocaron el curso de los acontecimientos. En este sentido, Loznitsa fuerza al espectador a preguntarse por el verdadero “evento” que alteró el destino de los habitantes de la URSS. ¿Fue el fracaso de aquel golpe de estado el detonante del colapso de la Unión Soviética? ¿O quizá los fueron las concentraciones multitudinarias donde el gentío habló, por primera vez, tras veinte años de silencio?

Loznitsa sugiere una nueva lectura de los acontecimientos, siempre con la distancia apropiada, sin manipulación. La única intrusión que se permite (más allá del trabajo de ensamblaje de las imágenes) es la inclusión de El canto de los cisnes, que musicaliza unas imágenes que, a la manera de la vieja escuela soviética, están filmadas con una impecable cámara en mano. La elección de la pieza de Tchaikovski no debe interpretarse como un mero añadido decorativo. Mientras las imágenes de archivo representan la memoria visual, la música escogida es también una reminiscencia: durante aquellos tres días de huelga, las televisiones sólo emitía reposiciones de El canto de los cisnes para mantener desinformada a la población. Carlota Moseguí

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QUEEN OF THE DESERT (LA REINA DEL DESIERTO). Werner Herzog. 128 minutos. Estados Unidos-Marruecos (2015). Con Nicole Kidman, James Franco, Damian Lewis, Robert Pattinson.

La primera incursión en la ficción de Werner Herzog desde su doble gancho al estómago de 2009 –con Teniente corrupto y la lynchiana My Son, My Son, What Have Ye Done– prometía emociones fuertes: ¿cómo iba a adaptarse el aguerrido Herzog a una ficción histórica liderada por una figura femenina y capitaneada por un elenco de estrellas internacionales? Los sueños húmedos de la cinefilia apuntaban a la destrucción de la ortodoxia a manos del autor bávaro (algo como lo que hiciera Hou Hsiao-hsien con el género del wuxia en The Assassin). Sin embargo, lejos del afán destructivo, Herzog opta por un inesperado espíritu cooperativo. Lejos del fiero histerismo de sus obras más conocidas, el director de Aguirre, la cólera de Dios se pliega ante los códigos del melodrama romántico intimista, el film de aventuras épico, el estudio antropológico y la ficción histórica de vocación didáctica. Lo interesante es ver cómo el guión de Horzog y su cámara inquieta –que bambolea entre sobrios planos medios y operísticas vistas aéreas de paisajes desérticos– deambulan por estos diferentes registros intentando hacer justicia a cada uno de ellos. Una tarea que desemboca en un film elíptico, elegante, rebosante de ideas y puntualmente emocionante. Puede que su envoltorio de qualité, a lo Memorias de África, desconcierte a más de un fan de Herzog, pero la extraña cadencia del film –a ratos arrítmica, a ratos hipnótica– y su vasto alcance histórico-cultural-sentimental merecen una cuidada atención.

Sería absurdo hablar de Queen of the desert sin mencionar el correcto trabajo de Nicole Kidman en la piel del fascinante personaje (real) de Gertrude Bell, que desentrañó los secretos del impenetrable desierto de Arabia durante los estertores del Imperio otomano. Kidman compone su personaje con su característica entereza aristocrática, sus habituales trucos lacrimógenos y un espíritu indomable que, en sus mejores momentos, recuerda al de Isabelle Huppert en Una mujer en África. Más interesante es el grupo de hombres que revolotea a su alrededor: James Franco está sorprendentemente creíble en su improbable rol de romántico diplomático británico; la alelada mirada perdida de Robert Pattinson le pega a su lacónico T.E. Lawrence; y Damien Lewis secuestra para sí la película en sus breves e imponentes apariciones. Un extrañísimo cóctel actoral que funciona gracias al talante polifónico y polimórfico de una película marcadamente transparente. Termina dando lo que promete, que no es poco. Manu Yáñez

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THE TREASURE (EL TESORO). Corneliu Porumboiu. 89 minutos. Rumanía-Francia (2015). Con Toma Cuzin, Adrian Purcarescu, Corneliu Cozmei.

El procedimiento es lo que le interesa, fundamentalmente, a Corneliu Porumboiu, el director rumano de 12:08 al este de Bucarest y Politist, adjectiv. Pero no el procedimiento en el sentido hollywoodense, en el cual una serie de peripecias tienden a conducir la narración hacia un destino más o menos definido. Su forma se acerca más a la hitchcockiana: en todo momento resulta evidente que el objetivo es secundario en relación al presente, a lo que sucede alrededor de ese procedimiento que es menos hilo conductor que ventana al mundo. Pero Porumboiu va aún más lejos. En sus mejores películas, el “procedimiento” en cuestión es materia de análisis, como si la película de principio a fin se discutiera a sí misma, se preguntara –y nos preguntara– por lo que está contando y las implicancias que eso tiene.

Politist… es el ejemplo más claro de ese formato, que se repite de una forma para mí más arty en When Evening Falls on Bucharest or Metabolism. En cambio, The Treasure es un paso hacia la liviandad después de ese ejercicio algo afrancesado de estilización dramática. Aquí las peripecias entran en el habitual territorio del detalle excesivo, esa manera de ir y venir sobre situaciones que el cine americano habitualmente resuelve mediante bruscas elipsis pero que en las películas del rumano son el corazón del asunto. En esa reiteración aparece el absurdo, el humor y, más claramente, la realidad que circunda la trama del film, centrada en la búsqueda de un tesoro por parte de tres disímiles personajes. Porumboiu sabe sacarle el jugo al absurdo de las situaciones, en una manera que hace recordar por momentos a esas comedias ligeras de Hitchcock y otros directores de los años 50, serias e irónicas al mismo tiempo. Pero la película no apuesta por la comedia de forma evidente: son las complicaciones e idas y vueltas de la situación las que acercan a los personajes por momentos al absurdo, si bien lo que se esconde detrás de ese “tesoro” evoca una zona oscura de la historia de Rumanía. Diego Lerer

rabin the last day

RABIN, THE LAST DAY. Amos Gitai. 153 minutos. Israel (2015). Con Yaël Abecassis, Ischac Hiskiya, Yariv Horowitz.

Con el característico tono meditativo de su cine, pero sin caer en su habitual languidez, el israelí Amos Gitai se acerca en Rabin, the Last Day a la fatídica noche del 4 de noviembre de 1994, en la que el exprimer ministro israelí Isaac Rabin fue asesinado a sangre fría por Yigal Amir, un joven extremista. La película retrata el clima de agitación social que desembocó en el trágico magnicidio y observa de forma elegíaca la ola de intransigencia que ha asolado Israel desde entonces. Heredero de la modernidad cinematográfica, Gitai plantea una radiografía histórica que es al mismo tiempo rigurosa y libre. Utilizando como hilo argumental una recreación de las vistas de la Comisión Shamgar –que intentó desentrañar las claves del crimen–, el director de Free Zone y Ana Arabia entrecruza de forma anticronológica imágenes de archivo con una aproximación ficcionada a la figura de Amir y a las actividades de las facciones más extremistas del judaísmo. El resultado es un caleidoscópico y desolador mapa de situación que refleja el abatimiento de un cineastas y una sociedad que, después de ver truncado su último sueño de paz fiable –encarnado por Rabin y los acuerdos de paz de Oslo–, se ha visto engullida por una cultura de la confrontación y el odio.

Desde las primeras escenas de Rabin, the Last Day –en las que Shimon Peres (sucesor de Rabin) rememora la valentía de su compañero de filas–, Gitai no oculta su posicionamiento. En las imágenes de archivo, destaca la presencia recurrente de Benyamín Netanyahu, actual Primer Ministro israelí, encabezando las violentas protestas de la derecha israelí contra Rabin y la firma del tratado de Oslo. Sin embargo, pese a la elocuencia de Gitai, este reflexivo thriller político –que un buen agente de prensa debería promocionar como el JFK israelí– consigue esquivar las formas del panfleto invocando un cierto distanciamiento y dejando espacios de penumbra en el relato: la posibilidad de que el asesinato de Rabin fuese el resultado de una conspiración planea sobre la película como una sombra macabra. Manu Yáñez

chevalier

CHEVALIER. Athina Rachel Tsangari. 105 minutos. Grecia (2015). Con Vangelis Mourikis, Nikos Orphanos, Yorgos Pirpassopoulos.

Tras causar sensación hace algunos años con Attenberg, Athina Rachel Tsangari se adentra con Chevalier en el universo de la neurosis masculina para construir una nueva parábola sobre un país, Grecia, que navega a la deriva a lomos de la crisis económica europea y del sistema capitalista en general. Concebida como una asordinada comedia observacional, la película pone en juego el espíritu beckettiano que caracteriza a la última hornada de cineastas griegos, aunque se agradece que en este caso la farsa se mantenga dentro de los márgenes de una cierta racionalidad. Sustituyendo los estallidos de violencia explícita por la gradual exposición de la vulnerabilidad e hipocresía de un grupo de aspirantes a macho alpha, Tsangari construye una película dominada por una serie de absurdos y vacíos rituales competitivos. Una búsqueda desesperada de la perfección que acaba revelando un trasfondo facistoide, a la manera de la La cuestión humana de Nicolas Klotz, aunque la infantil escalada competitiva estaría más cerca de la disección del espíritu yanqui contenida en las comedias de los hermanos Farrelly o del dúo formado por Will Ferrell y Adam McKay.

Como si se tratase de la mansión de El ángel exterminador, el yate de Chevalier funciona como una dimensión alternativa en la que resuenan, deformadas, las dolencias de la realidad social: el exitismo salvaje, el control ejercido por las clases dominantes, la alienación del individuo. Tsangari se mantiene fiel a las reglas de su juego fílmico: la crisis griega se mantiene en un riguroso fuera de campo y la psicosis de sus protagonistas se mantiene dentro de un costumbrismo mesuradamente enrarecido. La promesa de un trabajo en torno a la fisicidad que se apunta en el inicio se evapora a manos de una puesta en escena sobria. En términos narrativos, la película agota demasiado pronto algunas de sus tesis, y debe sobrellevar la imposibilidad de apelar a la empatía del espectador –los protagonistas son demasiado patéticos como para despertar cualquier sombra de identificación–, pero aun así Tsangari consigue llevar a buen puerto su satírica elegía por un sistema socio-económico que agoniza a manos de una tropa de inseguros narcisistas. Manu Yáñez

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LES CHEVALIERS BLANCS. Joaquim Lafosse. 112 minutos. Bélgica-Francia (2015). Con Vincent Lindon, Louise Bourgoin, Valérie Donzelli, Reda Kateb.

Todo lo que incumbe a esta crónica verídica de una trama organizada por cooperantes humanitarios franceses para transportar a huérfanos africanos hasta parejas adoptivas dispuestas a pagar –bajo la apariencia de una ONG ficticia centrada en la mejora de sistemas educativos– es escrupulosamente realista. Y las preguntas que plantea sobre el altruismo occidental en el tercer mundo son pertinentes y en proporción a la historia que cuenta. Empezando por el terco y metomentodo Jacques al que da vida Vincent Lindon, un hombre de principios selectivos, a todos los personajes se les permite tener defectos sin que los cineastas los condenen por ello. Cuando el grupo habla y discute sobre el sentido de su misión, se escucha un ruido honesto y cacofónico en lugar de un conteo de puntos retóricos.

Por desgracia, ese mismo deseo de presentar todas las caras del problema resulta en una película tan equilibrada que casi se neutraliza a sí misma dramáticamente –con la subsiguiente dosis de “toques álgidos” que deben tensar el relato–. A ratos, el director Joaquim Lafosse recurre al lenguaje visual y aural de los thrillers (veloces cortes de montaje y aporreo percusivo) para dar forma a una película que lidia principalmente con luchas interiores. Mientras, la mejor idea del guión –la inclusión de una periodista (Valérie Donzelli) que se ve implicada en la trama mientras intenta protegerse con su cámara de video– no se exprime lo suficiente como para otorgar al film un forma persuasivamente auto-reflexiva. A la postre, la película es absorbida por los mismos mecanismos de película-de-suspense que guiaban Argo de Ben Affleck, incluida una escena climática de persecución. Y mientras que todo es llevado a cabo de forma convincente y sin obvios clichés, la impresión final es la de un film que evita las malas elecciones sin ofrecer nada sustancial a cambio. Adam Nyman