Lucky, la ópera prima como director del actor John Carroll Lynch –el marido de Frances McDormand en Fargo o el posible psicópata de Zodiac–, aborda con sorprendente frontalidad, y al mismo tiempo con pudor, el peso de la vejez y la inexorabilidad de la muerte, temas espinosos que se despliegan a través del cuerpo enjuto y la personalidad encantadora de Harry Dean Stanton. Construida como un vehículo para la observación del carisma del mítico actor, la película no duda en exprimir todo el imaginario que le rodea, desde sus icónicos paseos desérticos en París, Texas hasta la sublimación de la bondad y la ternura que encarnó en el regreso de Twin Peaks. Aquí, Stanton interpreta a un antiguo miembro de la Armada norteamericana que lucho en la Guerra del Pacífico y que habita plácidamente en el árido oeste. El retrato amable, aunque un tanto pintoresco, de la rutina del personaje se verá truncado por un desmayo que despertará a Lucky (así llaman al protagonista) del sueño de la inmortalidad. Carroll Lynch demuestra una gran sensatez al renunciar a todo alarde formal para garantizar el brillo de Stanton –a quien acompaña David Lynch en unas apariciones trufadas de complicidad–. La película es una lección de maximización del minimalismo actoral: de los andares quebradizamente marciales a los gestos desdeñosos que ocultan bocanadas de afecto, Stanton deviene un volcán expresivo en asordinada erupción. Manu Yáñez

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