Jaime Lapaz (Festival de Sitges)

Títulos de crédito iniciales. Una cámara de 16mm se fija en los detalles de un edificio de Manhattan, acercándose poco a poco hasta detenerse en los relieves que contiene el friso de la fachada: imágenes granuladas de angelitos que, al ritmo de una banda sonora que remite al cine de terror del Nuevo Hollywood, sientan el tono. En la escena siguiente, las protagonistas del film visitan un apartamento en pleno Uptown y. teniendo en cuenta la ganga, omiten todas las red flags que hay en la disposición del piso: habitaciones conectadas entre sí pero sin salida a pasillo, un sótano de tenebroso acceso y espejos colocados en lugares extravagantes, véase el techo. Las chicas creen que bastará con una limpieza del aura a base de ramillete para hacerlo más habitable, pero tras una primera noche de pesadillas y la visita de una extraña (interpretada por la directora del film, Dasha Nekrasova), el apartamento será el marco ideal para el terror.

La ópera prima de la directora bielorrusa-estadounidense, seleccionada en la sección Noves Visions, podría pasar desapercibida por Sitges 2021 debido a su aparente banalidad temática. Sin embargo, cabe advertir que The Scary of Sixty First establece un paralelismo de lo más atrevido entre el cine de terror de posesiones y la nueva era de las conspiraciones, un vínculo trazado a través de sus coprotagonistas. La primera es absorbida por una personalidad diabólica que la obsesiona con cierto miembro de la familia británica, lo que despierta en ella una sexualidad infantilizada, mientras la segunda queda hechizada por una joven atrapada en las teorías de la conspiración (está convencida de que el apartamento ha sido escenario de las famosas orgías celebradas por Jeffrey Epstein). De este modo, la película de Nekrasova se convierte en un cóctel explosivo de erotismo, esoterismo, apología de las drogas y sátira social, pero nunca termina de irse de madre gracias al dominio terrorífico e hilarante de los elementos en escena.

De hecho, es esta capacidad sorprendente de aglutinar temáticas de cierta radicalidad política en un aparato cinematográfico férreamente controlado la que equipara The Scary of Sixty First con el cine de Brian de Palma de finales de los 60 y principios de los 70. Más allá de algunos elementos formales, como la singular forma de filmar la perversidad neoyorquina, con ecos del thriller urbano con elementos sexplotaition Hermanas, aquí resuenan la personalidad y el atrevimiento con los que de Palma capturaba el estado de las cosas en el díptico Saludos y Hola, mamá. Si por aquel entonces el cineasta norteamericano abordó la paranoia que se había instalado en Manhattan durante la guerra de Vietnam, ahora Nekrasova identifica, con una sensibilidad gamberra y femenina, la monomanía de la era Trump. La directora relaciona también el auge del true-crime con el ascenso de las confabulaciones, en las que, como dice una de las protagonistas, “lo importante es que estamos despiertas”. Y se ríe de ellas, pero sin ridiculizarlas, sin perder de vista que, por mínimo que sea, podría haber algo de cierto.

La habilidad para cuestionar los roles de la víctima y el verdugo, sin llegar (nunca) a desconfiar de quien pide un rescate, es lo que une The Scary of Sixty First con lo nuevo de Edgar Wright, Last Night in Soho, presentada fuera de competición en el Festival de Sitges. Si la película de Nekrasova abordaba el cine fantástico desde una perspectiva radical y satírica, la del director de Arma Fatal lo hace desde una óptica algo más convencional. En Last Night in Soho, una de las primeras escenas nos muestra al personaje de Eloise, interpretado por Thomasin McKenzie, bailando en su habitación con un vestido que ella misma ha confeccionado al ritmo de una canción sesentera. De repente, la cámara se fija en un póster de Desayuno con diamantes, y McKenzie es poseída por el fantasma de Hepburn en una sorprendente imitación que deviene una revelación nada anodina. Hay algo en el personaje de Eloise que la conecta con Holly Golightly. Si en la mordaz película de Blake Edwards la protagonista transitaba entre la luz y la oscuridad de los espectros del ayer y de la vida nocturna neoyorquina, la heroína de Wright se sumergirá en los bajos fondos del Soho londinense. También palpita en Last Night in Soho un cierto halo del Vértigo de Hitchcock, concretamente en su iconografía (una morena que se tiñe de rubio), en la tortuosa obsesión e idealización del pasado por parte de la protagonista, y en la apelación a lo fantasmagórico en la configuración de los personajes y los espacios.

En la película de Wright, como en la de Nekrasova, es el traslado a un nuevo hogar lo que desencadena las apariciones del pasado y lo que permite al director valerse de su inconfundible y minucioso dominio del montaje, tanto sonoro como visual, para sacarle substancia a la premisa. Hay algo de Baby Driver en el modo en que Wright coreografía Last Night in Sogo, sobre todo en los deliciosos y muy musicales primeros compases del film. Pero, poco a poco, lo terrorífico se va apoderando de la función y la película se convierte en un giallo espectral en que el director británico se ve obligado a contenerse por primera vez en toda su filmografía, a detener su divertida playlist, a callarse los chistes. Es entonces cuando el artificioso y exhibicionista imaginario visual del director de Scott Pilgrim contra el mundo se pone al servicio de una reflexión, en clave de terror malsano, sobre la explotación femenina. El vaivén entre pasado y presente, entre realidad y onirismo, es irresistiblemente armonioso, así como el juego entre géneros, entre lo dramático y lo fantástico. Porque Last Night in Soho viene a incidir en la necesidad de aferrarse al ahora cuando los fantasmas del ayer vienen a por nosotros, cuando parece que los vestidos de antes sentaban mejor que los de ahora y la música era más bailable y los cócteles sabían diferente y las películas nos hacían reír más. Sin intención de demonizar, pues también hay fantasmas buenos, Wright manifiesta aquí una desconfianza en la nostalgia, pues puede esconder un reverso tenebroso. Así, Last Night in Soho, como The Scary of Sixty First, nos invita a no hacer luz de gas a quienes parecen no ser capaces de discriminar entro lo real y lo imaginario.