La ley de la mugre se inscribe en Mad Max: Fury Road a través de una procesión de erupciones cutáneas, llagas supurantes (como las que cubren el cuerpo del dictador Immortan Joe), grasa de automóvil (que sirve como pintura de guerra), y las protuberancias tumorales que cubren los cuerpos del ejército de kamikaze war boys. Pero la suciedad de Fury Road nunca permanece estática. Impera el movimiento constante: una compulsión motora que termina desdibujando el relato. Fury Road presenta un viaje de ida y vuelta, una odisea homérica con antihéroes, sacrificios y una lucha permanente entre el bien y el mal; sin embargo, los perfiles de este relato de corte clásico se difuminan en un prolongado poema de acción que combina con eficacia la imaginería mecánica y la digital. Esta desintegración de la narrativa tradicional domina con claridad el cinético tour de force de media hora con el que se abre la película. Puede que Fury Road se deje llevar por los impulsos megalómanos del cine de acción actual pero, más allá de las florituras, Miller consigue mantenerse fiel a la premisa que el propio Max (interpretado por el siempre fiero Tom Hardy) anuncia con su voz de ultratumba en el prólogo de la película: la historia de “un hombre reducido a un único instinto: la supervivencia”. Manu Yáñez

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