Tras una larga y prolífica carrera en el mundo del cómic, y algunos notables cortometrajes, Carlos Vermut debutó en la dirección de largos como Diamond Flash (2011), que llegó justo cuando comenzaba el debate sobre la existencia de un nuevo cine español (sic) para zanjarlo completamente. La gran acogida de la primera película propició que con Magical Girl su director accediera al circuito de festivales grandes y premios (ganó dos galardones, incluida la Concha de Oro a la Mejor Película y la Mejor Direccion, en San Sebastián y el Goya para Bárbara Lennie) y tuvo distribución comercial. Lo que no varió respecto a su ópera prima es la forma en la que Vermut dibuja un universo propio que bebe de fuentes como la cultura japonesa, el casticismo, la cultura popular encarnada en el universo de la copla o el ‘polar’ francés. Vermut maneja esta amalgama de referencias para encauzarlas hacia una historia que encuentra en la extrañeza que genera una de sus grandes virtudes. Pero no la única. Personajes condenados a encontrarse (amarse u odiarse) por el destino. Por la fatalidad del destino. Fernando Bernal

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