Pérez se enfrenta al retrato de su pueblo natal, Malpartida, como si fuera una etnógrafa caída de otro continente interesada por las costumbres locales. Costumbres enfrentadas a su vez a un elemento que las perturba y las pone en duda: la instalación en el pequeño pueblo, en los años 70, de un museo de arte fluxus, a cargo del artista Wolf Vostell. La recuperación de una gran cantidad de material de archivo de la época sirve a la realizadora para trazar una historia de la irrupción cuasi-surrealista de esos artistas de vanguardia en un entorno rural de la España más perdida y aún anclada en el tiempo. La intención de la realizadora, no es sin embargo, el del retrato tradicional e histórico, sino que presta atención a los choques culturales y sociales, a la sacudida que produjo el museo en el pueblo hace cuarenta años, y en cómo esas sacudidas siguen replicando en la base del pueblo. El resultado es una película delirante que pone en duda la propia noción de retrato etnográfico y de alta y baja cultura, retratando en su lugar la puesta en escena de una intervención artística constante en la que los protagonistas, voluntarios o no, son los propios habitantes del pueblo. Gonzalo de Pedro Amatria

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