(Imagen de cabecera: Unicornio de Irati Gorostidi)

Ángela Rodríguez (Granada)

En su vigésimo séptima edición, la primera con Antonio M. Arenas en la dirección artística, el Festival Jóvenes Realizadores de Granada ha presentado una programación cimentada sobre una coherencia minuciosa. Una propuesta sólida, ajustada a las dimensiones del evento (cinco días de proyecciones) y forjada a partir del conocimiento de la escena cultural de la ciudad. Este conjunto de felices circunstancias ha dado lugar al surgimiento de diálogos transversales entre las proyecciones, encuentros y charlas del programa. Así, en una mesa redonda celebrada el jueves 21 de octubre, en la que participaron Pedro Torrijos, Vicente Monroy y Juan de Dios Salas, se debatía sobre la vuelta al cine (tras la pandemia) desde la nostalgia producida por las salas vacías, y luego el día se clausuraba con la proyección de Goodbye, Dragon Inn, la totémica película de Tsai Ming Liang, que desde una perspectiva crepuscular y a su vez irreverente medita sobre el lugar inhóspito en el que se ha convertido la experiencia fílmica. Por otro lado, el viernes 22, la proyección de Sisters with Transistors de Lisa Rovner −documental sobre las pioneras de la música electrónica− llegó precedida de una sesión/concierto de Ylia (referente de la escena electrónica underground) junto a los VideoJockeys Ingrata Bergman, Ichbinmupi y Luca Volkov. Se perfilaba así un viaje que partía de un presente terrenal para luego remontarse a los orígenes de tintes extraplanetarios de la música electrónica.

En consonancia con esta búsqueda de diálogos intertextuales, el Festival Jóvenes Realizadores se inauguró con una sesión doble en la que el largometraje No existen treinta y seis maneras de mostrar cómo un hombre se sube a un caballo de Nicolas Zukerfeld halló un buen número de resonancias en el cortometraje Unicornio de Irati Gorostidi. El film del bonaerense Zukerfeld se divide en dos partes escindidas de un modo abrupto. La primera despliega un carrusel de imágenes que atiende a las formas del videoensayo, mientras que la segunda bien podría tratarse de un podcast, ya que no hay más que una voz en off con la pantalla en negro, salvo en ciertos momentos en los que aparece algún texto.

A partir de la lectura de un artículo del escritor, cineasta y dramaturgo argentino Edgardo Cozarinsky, Zukerfeld se interesó por una frase que se citaba del cineasta estadounidense Raoul Walsh, la misma que da título a la película. Partiendo de una premisa que el propio cineasta explicita a viva voz, Zukerfeld se dedica a enlazar breves fragmentos de películas de Walsh. Al comienzo, solo se muestra a hombres subiendo y bajando de caballos, pero después aparecen mujeres, emboscadas, personajes que entran y salen de habitaciones, preocupándose por otros, ebrios o tomando el té. En una suerte de refutación de la noción clásica de autoría fílmica, el film pone el foco en la diversidad de formas y tiempos que conviven en la filmografía del director de El ladrón de Bagdad y Los violentos años veinte. Sin embargo, en paralelo, Zukerfeld evidencia la existencia de motivos y gestos recurrentes, además de la existencia de un estilo común, marcado por la sobriedad, la funcionalidad y una cierta transparencia expresiva. Como si la personalidad del autor se construyera en torno a la refutación de su singularidad: la paradoja de un estilo sin estilo.

La segunda parte de No existen treinta y seis maneras… justifica la existencia de la primera. El propio Zukerfeld, profesor además de director, relata su proceso de investigación en torno a la polémica frase de Walsh. En las pesquisas intervienen algunos críticos, como el español Carlos Losilla, y se determina que la frase ha ido mutando como consecuencia de la traducción y de su transmisión a lo largo del tiempo. Al parecer, lo que afirmó Walsh fue que solo había una forma de mostrar a un hombre entrando en una habitación, pero del mismo modo que el cine clásico construyó su leyenda a partir del apego a sus mitos, Zukerfeld decide seguir “imprimiendo la leyenda”, transmitiendo a sus alumnos una frase nunca dicha, perpetuando la inexactitud, aun cuando, hoy en día, la florida máxima de Walsh parece carecer de toda significación o relevancia práctica.

La idea de que un director o directora solo es capaz de filmar de una manera determinada (algo que el film de Zukerfeld defiende no sin cierta ironía) resulta una buena vía de aproximación al cortometraje Unicornio de la navarra Irati Gorostidi. La película aborda la huida de una mujer desde el misterio de la ausencia de contexto. La protagonista llega a una casa en ruinas: una construcción amplia que, pese al deterioro, deja entrever un pasado majestuoso. Después de haber visto No existen treinta y seis maneras…, es casi imposible no establecer una relación entre la casa de Unicornio y el cine: ambas fueron construcciones sólidas de las que hoy apenas quedan los cimientos, y en el horizonte se perfila la posibilidad de reinventarlas… o no. Más allá de las evocaciones del pasado y de las reflexiones de corte metalingüístico sobre el presente y futuro del cine, las películas de Zukerfeld y Gorostidi comparten un vínculo más directo, figurativo: llegado a un punto, la protagonista de Unicornio abre la puerta de la casa y un caballo entra en una estancia. Más adelante, la propia directora montará sobre el corcel.

La forma en la que Gorortidi muestra cómo montar un caballo es muy distinta a la de Walsh. La elección de la directora de Pasaia Bitartean se asemeja más a la del húngaro Béla Tarr, centrándose en la mirada del caballo, quien también está huyendo. La navarra explora con su cámara la corporeidad del caballo y la jinete, tanto cuando ella lo monta como cuando, desde arriba, lo abraza y acaricia. Aquí se monta al caballo sin la connotación especista del western; el animal resulta ser el vehículo emocional de la mujer. Unicornio se decanta por una propuesta de cine no narrativo, en contraposición a las constantes del clasicismo de Hollywood, unas pautas que en No existen treinta y seis maneras… son diseccionadas con un espíritu entre reverencial e irreverente. Así, con la mirada puesta en el presente en transformación del arte fílmico, y sin dejar de lado la crucial revisión de diversos legados cinematográficos, el Festival Jóvenes Realizadores de Granada celebra la obra de nuevos directores y directoras que no tienen miedo a experimentar con las formas y narrativas del cine.