Tras su paso aclamado por Cannes, y vista en España durante el pasado festival de Gijón, el filme iraní Manuscripts don’t burn es otro ejemplo más de la dura censura que persigue a los intelectuales del país. La quinta película de Mohammad Rasoulof está divida en tres partes que abordan temáticas y géneros distintos. De entrada, el largometraje arranca cual thriller de historias cruzadas sobre víctimas y verdugos, recreándose al máximo en la vida de los torturadores a sueldo, mostrando las precarias circunstancias que les llevaron a practicar esa profesión que tanto odian. El segundo tercio expone el dilema de la censura desde el punto de vista de los artistas, los cuales son perseguidos y condenados a prisión o pena de muerte si hacen públicas sus críticas al régimen. El film relata el intento de recuperación de las dos únicas copias de un texto escrito por un superviviente de un atentado contra veintiún poetas que viajaban rumbo a Armenia, un crimen que nunca llegó a ocurrir. Y finalmente, la última parte pone en evidencia la violencia literal con la que se está llevando a cabo el extermino de librepensadores en ese país dictatorial. En este film de espíritu revolucionario, varios actores prefirieron no dar su nombre y permanecer en el anonimato para evitr posibles represalias. CM

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