Fernando Bernal (Festival de San Sebastián)
Tras presentar en 2019, en la Sección Oficial del Festival de San Sebastián, la película Vendrá la muerte y tendrá tus ojos,el cineasta chileno José Luis Torres Leiva regresa al certamen donostiarra para inaugurar la sección Horizontes Latinos con su nueva película, Cuando las nubes esconden las sombras. En la secuencia que sirve para presentar el film, el sonido del mar y su textura escarpada aparecen en un fundido encadenado sobre el rostro de la protagonista, María (María Alché, la protagonista de La niña santa de Lucrecia Martel y también cineasta), que está tumbada con los ojos cerrados, como si estuviera soñando. Se encuentra a bordo de un barco que la lleva a Puerto Williams, una ciudad situada al sur de Chile y considerada como la más austral de mundo. La secuencia se repite de manera casi simétrica al final del film, pero esta vez la mujer aparece con los ojos abiertos.
María no viaja a Puerto Williams de vacaciones, va a trabajar porque tiene que interpretar, en una película, a una investigadora que quiere conocer la historia de los exploradores del lugar. Sin embargo, el resto del equipo no puede llegar a tiempo para el rodaje por culpa de un temporal, y ella deberá esperar hasta que lleguen o ella pueda regresar. En Puerto Williams conviven tres comunidades, la población flotante, que es la Armada; la población civil; y la comunidad Yagan, que lleva 7.000 años en el territorio. “Son pocos, pero poderosos”, como le cuenta a María una profesora del lugar, que ejerce de improvisada guía para la actriz. La profesora le aconseja a la actriz que, durante su espera, aproveche para caminar y conocer un lugar donde no todo el mundo puede llegar, y donde no hay buses ni taxis.
Desde una perspectiva etnográfico, Torres Leiva retrata las acciones cotidianas de María (que son las de la actriz María Alché). Conoce a gente en la sala de espera de un hospital, acude a tiendas, compra recuerdos para su hija, habla con los habitantes con los que se va encontrando “por azar” o a los que directamente busca, pregunta con curiosidad, se interesa por sus costumbres… Pero, además, se encuentra a sí misma a través de una curandera, a la que acude con un dolor de espalda y con la que rememora sucesos de su infancia, esos recuerdos tormentosos que tienen que ver con la muerte de seres queridos. Su dolor físico en realidad proviene de sus penas. Penas a las que reacciona el cuerpo de María, que suponen también un punto de inflexión dentro de su proceso vital en Puerto Wiliams y en su búsqueda de recetas para su propio duelo.

El director de Verano (2011) renuncia a utilizar movimientos de cámara, encuadrando a la protagonista en la imponente naturaleza, que parece abrazarla con mimo en la composición de cada plano. Filmándola en su soledad o conduciendo por carreteras el coche que le han prestado, también en compañía de las personas que va conociendo (como si, de repente, se convirtiera en la protagonista de un film del recordado Abbas Kiarostami). Y siempre lo hace en plano fijo. Sin embargo, la película no transmite una sensación de estatismo, porque basa su ritmo interno –casi su musicalidad, a pesar de no contar con banda sonora– en el trabajo de montaje y en la presencia constante de María Alché, en sus poderosos primeros planos, perdida en la distancia o explorando la inmensidad del paisaje.
En sus notas de producción, Torres Leiva denomina la película como un “documental”, terreno en el que el autor de Ver y escuchar (2013) ha desarrollado gran parte de su carrera, aunque la película parta de una premisa de ficción. Si se acepta la categorización genérica que ofrece el propio autor, se trata de un documental a propósito de la propia María Alché; también sobre Puerto Williams y sobre la existencia de los habitantes con los que la actriz-personaje interactúa. Y, además, es una reflexión sobre cómo filmar la naturaleza atrapando su esencia a través de las imágenes y también de los sonidos, que la propia Alché captura en un momento de la película con su grabadora. Una obra que trata sobre la experiencia misma de contemplar y escuchar por parte del espectador.
Cuando las nubes esconden las sombras resplandece como un trabajo de gran belleza y hondura, que debe ser disfrutado con los sentidos, más que analizado de una forma literal. Se trata de una invitación a dejarse arrastrar mientras descubrimos, a través de la curiosidad de María, la vida en Puerto Williams. La actriz es el alma del film, que se alimenta de su manera de amarrarse a la tierra y de su propia esencia. Un cuerpo y una voz que conducen a la película a momentos donde surge lo sublime y hermoso dentro de lo cotidiano, como cuando trata de explicar a los estudiantes, durante un improvisado taller de interpretación que imparte, cómo deben actuar y buscar su espacio en escena. Su manera de disfrutar de ese momento con una sonrisa en el rostro parece la misma forma de disfrutar de Torres Leiva rodando la secuencia. Una conexión, que, sin duda, resulta emocionante.