Raymond Bellour aseguraba en su análisis sobre Marnie, la ladrona que, pese a lo que pudiera parecer en un primer momento, la historia de la película no estaba únicamente contada a través del punto de vista clásico de los personajes y de sus descubrimientos a lo largo de la trama. Bellour insistía en que ciertas posiciones de cámara así como unas cuantas miradas rapidísimas a la audiencia por parte de su protagonista (así como el momento especifico en que el propio Hitchcock, caracterizado como un transeúnte, miraba fijamente a Marnie para luego pasar a romper la cuarta pared) implicaban que Hitchcock pretendía hacer manifiesta la propia presencia de una cámara que ve y habla. La afirmación es tan cierta como tal vez anecdótica: es cierto que la cámara no es invisible, pero también lo es que era un recurso habitual en el director inglés. La imagen en Hitchock es siempre discursiva, y si algo destaca en esta Marnie es precisamente el hecho de que el mensaje se encuentre un tanto más subrayado que en otras de sus obras ya que el pasado no vuelve únicamente a través de la puesta en escena, sino también a través de un guión que, a la manera de Recuerda, lo explicita. Perteneciente a esa serie de películas claramente psicoanalíticas del director, Marnie es un tratado sobre la culpa y la obsesión donde Tippi Hedren se libera en parte gracias a la magia del flashback; es decir, a la magia del cine. Una película que no por ser algo más auto consciente que otras del director resulta menos extraordinaria. Endika Rey

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