Manu Yáñez

Con todas sus flaquezas, cabe reconoce que Les deux amis, opera prima de Louis Garrel que ha inaugurado el SEFF 2015, acomete la audacia de operar en términos estrictamente cinematográficos. No es demasiado habitual encontrar películas que renuncien a explotar abiertamente los recuerdos (casi siempre traumáticos) de sus personajes. Aquí hay algún que otro atisbo de psicología –uno de los personajes sigue obsesionado con una exnovia, el otro se ha intentado suicidar en más de una ocasión–, pero la esencia de Les deux amis está en otra parte, en la interacción física entre los personajes: dos amigos y una chica (el clásico triángulo amoroso) que se persiguen, se abrazan, se golpean, se gritan, se besan. Es de la mano de esta veta gestual que el debut en la dirección de Garrel-hijo alcanza sus mejores momentos, como cuando Abel, el amigo guapo-egoísta (Garrel), enjabona en una bañera a Vincent, el amigo feo-bonachón (Vincent Macaigne, fascinante icono hipsteril del joven cine francés); o cuando este surrealista dúo de niños grandes salta por la ventana de un hospital, evocando la locura del slapstick.

En el corazón de Les deux amis late el espíritu de Mikey and Nicky, la gran película de Elaine May que protagonizaron John Cassavetes y Peter Falk en 1976. Garrel prolonga la noche de amistad y traición imaginada por May hasta las 72 horas: tres jornadas en las que Abel y Vincent dirimen su amistad en el ojo del huracán provocado por la aparición de Mona, una joven presidiaria que magnetiza una espléndida Golshifteh Farahani. Poco importa a qué se dedican los personajes –Vincent hace de extra en películas y Abel trabaja en una gasolinera– o qué los ha llevado hasta el lugar en que los encontramos: lo único relevante son las corriente de amor que circulan por este triángulo escaleno de personajes. Lo cierto es que se echa en falta una mínima integración del relato en un marco social real, pero el joven Garrel, a diferencia de lo que seguramente haría su padre, nunca se pregunta cómo subsisten sus personajes, convertidos en dandis de un mundo carente practicamente de señas de identidad.

deux_amis_4

Pese a que Les deux amis bebe del anodino imaginario sentimental de su coguionista, Christophe Honoré (famoso por sus films-sucedáneos de Jean-Luc Godard y Jacques Demy), Garrel no se desquita por completo de la sombra de su padre. En una de las mejores escenas de la película, los protagonistas aparecen como por arte de magia en el rodaje de una película que recrea los combates urbanos del mayo del 68. Y, pese a que la escena se encuentra a años luz de Les amants réguliers, hay algo sustancial en la transparencia con que Garrel-hijo expone la idea de que el desamor es tan jodido como una guerra (una tesis que Terence Davies representó con mayor rigor e intensidad en The Deep Blue Sea).

Más adelante, encontramos otra secuencia con esta misma fuerza conceptual. En el interior de una iglesia, Mona le confiesa a Abel un “pecaminoso” deseo sexual: eficaz manera de aludir a la dimensión sacra y al mismo tiempo trasgresora del deseo. El problema es que, en su afán por hacer una película despreocupada, Garrel se ve obligado a dar rápido carpetazo a estos hallazgos en pos de una nueva carantoña, un nuevo gag. Vivaz y melancólica, Les deux amis no oculta su condición de arquetípica buddy movie. De hecho, encontraría buena compañía en el seno de la Nueva Comedia Americana. Allí, rodeada por eléctricos atentados pop (a la Zoolander) y clasicones cuentos morales (las películas dirigidas por Apatow), Les deux amis brillaría como una escurridiza balada marcada por el recuerdo de la nouvelle vague.