En las últimas jornadas, la competición oficial del Festival de Locarno se ha convertido en una ruleta rusa. Películas que sin duda se encontrarán en las listas de lo mejor de 2016 se han visto acompañadas por films convencionales, cuya inclusión en la competición resulta una extraña anomalía. El caso más escandaloso es el de la telefílmica Brooks, Meadows and Lovely Faces, del realizador egipcio Yousry Nasrallah. Este veterano de Cannes y Venecia –conocido por sus reiteradas muestras de cine social melodramático– presentó en el certamen suizo una película que se sitúa a las antípodas de su filmografía anterior: una tragicomedia de enredos amorosos ambientada en celebraciones colectivas, es decir, en bodas, picnics y funerales. Esta apropiación temática de las comedias musicales de Bollywood reduce la sociedad egipcia a un vecindario (con representación de todas las clases sociales) que únicamente se dedica festejar o preparar fiestas.
Como dato curioso, al otro lado de este retrato superficial del amor y el matrimonio en Egipto, descubrimos una ficción notable del mismo país en la competición de Cineastas del Presente. Mientras Brooks, Meadows and Lovely Faces se resume en parejas, ex parejas y amantes que se pelean, se reconcilian o declaran su amor en secreto mientras abunda la comida y el alcohol, Withered Green versa sobre dos huérfanas que ven alarmantemente recortados sus derechos al no tener ningún familiar vivo de género masculino que de su aprobación. Su autor, Mohammed Hammad, demuele la visión utópica e inverosímil de la mujer egipcia que ofrece la película de Nasrallah, donde las protagonistas pueden tomar decisiones conyugales libremente, mentir a sus familiares o practicar el adulterio sin sufrir represalias.
Retomando la sección oficial, y siguiendo con los títulos de menor riesgo, es necesario mencionar cuatro largometrajes más: las francesas Jeunesse y La prunelle de mes yeux, la alemana The Dreamed Path y la coproducción suizo-alemana Marija, películas convencionales más propias de las proyecciones de la Piazza Grande que del Concurso Internacional. Ante todo, debemos aclarar que no se trata de obras fallidas, sino de films académicos impropios de la cuna del cine independiente y de vanguardia. Por contra, hubieron cinco películas que sí respondieron a los estándares de Locarno. Por ejemplo, la austro-italiana Mister Universo, la búlgara Godless y la tailandesa By the Time It Gets Dark, y por encima de estas, la argentina La idea de un lago y la japonesa Bangkok Nites, las dos mejores películas de la competición.
Tras ganar un Leopardo de Oro cinco años atrás con la exquisita Abrir puertas y ventanas, la cineasta argentina Milagros Mumenthaler regresa al certamen suizo con una ficción que recupera los temas centrales de su ópera prima: la familia, la ausencia, la identidad –siempre femenina– y los sueños. Sin embargo, en La idea de un lago, Mumenthaler suma un ingrediente más a la ecuación: el arte y la imaginación como tabla de salvación contra la falta de ese ser querido. La película, inspirada en el libro de poemas y fotografías Pozo al aire de Guadalupe Gaona, no nos acerca a una ausencia cualquiera. Inés –interpretada por una brillante Carla Crespo– es hija de uno de los tantos “desaparecidos” durante la dictadura militar argentina. La encontramos en un momento crucial, cuando está a punto de dar a luz a las dos obras más importantes de su vida: su primer hijo y una novela dedicada a la memoria de su padre. Lamentablemente, Inés sólo dispone de una imagen para la documentación de su libro: la primera y última fotografía que se tomó con su progenitor cuando era una niña. De este modo, la protagonista se ve forzada a escudriñar en el interior de su memoria para averiguar quién era su padre, y, sobre todo, en quién se convirtió ella misma tras su desaparición. Para asistir a ese proceso mental, la cámara de Mumenthaler se introduce en el interior de la mente del personaje, recreando los recuerdos de su infancia y escenas imaginadas (o soñadas) en las que la protagonista retorna a ese lago donde fue fotografiada junto a su padre.
Por otro lado, del resto de candidatas a alzarse con el Leopardo de Oro en Locarno, despunta el segundo largometraje del cineasta japonés Katsuya Tomita. De entrada, cabe advertir que Bangkok Nites no es sólo la propuesta más destacada de la sección oficial, sino que puede que nos encontremos ante la mejor película del festival. Durante tres horas de metraje, Tomita nos introduce en el insólito universo que rodea a la mejor escort de Thaniya (barrio rojo de Bangkok frecuentado exclusivamente por japoneses millonarios). En el primer tercio de la cinta, el autor ilustra el mundo de esta rica y fría mujer llamada Luck durante sus escapadas a restaurantes de lujo, yates o fiestas. Sin embargo, la trama da un giro inesperado cuando Luck huye con un cliente antiguo (ahora arruinado) hacia el pueblo donde vive su familia. A partir de ese momento la ficción transcurre alternando dos espacios de la geografía tailandesa. Por un lado, asistimos a las peripecias que viven el resto de personajes que se han quedado en Bangkok, mientras seguimos de cerca la ruta que hará la pareja por Isaan, la selvática región del noreste del país que los cinéfilos reconocerán por las películas de Apichatpong Weerasethakul. En este sentido, los fantasmas que visitan a los protagonistas cuando deambulan por el bosque, la militarización de las zonas rurales, las secuelas psicológicas de la colonización, el estado de la dictadura actual o los conflictos de los autóctonos con la cercana población de Laos son algunas de las ideas que hermanan la ficción de Tomita con el imaginario de Weerasethakul. Sin embargo, a medida que avanza la trama, descubrimos que el realizador japonés desea llevar su largometraje por otro camino. Según el autor de Saudade, Tailandia no es un paraíso terrenal, sino una nación que sufre porque su estado actual no deja cicatrizar las heridas del pasado.