Más allá de roles, estructuras, diálogos o incluso espacios, lo que de veras se presenta como la marca sagrada del guion contemporáneo es el punto de vista. Una buena película siempre se determina respecto a un lugar o un personaje (esté este presente o no en la película), y a partir de ahí se nos narra todo siendo consecuente con los parámetros que uno mismo se ha marcado. Lynch juega a destruir el narrador mítico burlando las leyes de espacio y tiempo y sobre todo, el seguimiento de personajes, pero no rompe con el punto de vista, simplemente lo amplia y eleva, incluyendo en su cámara los sueños e ilusiones de los retratados al mismo tiempo que sus alucinaciones y pesadillas. En Lynch, más allá de entender al personaje principal mediante sus acciones, lo descubrimos mediante las huellas y reflejos que va dejando en cada parte del relato. Si Twin Peaks era (¿y es?) un recorrido hacia el futuro en sombras (la sumisión del agente Cooper hacia el otro lado del espejo), Mullholland Drive es un viaje imposible hacia la luz del pasado, a una realidad que se impone al sueño y hacia una confrontación que destruye la ciudad de los sueños transformándola directamente en el infierno. De esta forma, el mundo onírico o real no son por sí mismos buenos o malos, lo realmente preocupante es la superposición e indistinción de uno en el otro. Los cines Texas recuperan la obra maestra de Lynch esta semana en sus salas. ER

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