Violeta Kovacsics (Festival de Rotterdam)

No resulta fácil hallar un itinerario evidente en la programación dispersa, diversa e inabarcable del Festival de Rotterdam. Cada sección, cada competición, cada retrospectiva parece apuntar a una cierta heterogeneidad. Las posibilidades son incontables, los estímulos, infinitos. En la cobertura que se abre con esta crónica, intentaré dar cuenta del amplio abanico de placeres cinéfilos que el certamen neerlandés ofrece al visitante. Y, para empezar, qué mejor que adentrarnos en el principal escaparate del festival, la Tiger Competition, en la que hace unos días se estrenó El año del descubrimiento de Luis López Carrasco. Ayer le tocó el turno a Beasts Clawing at Straws, ópera prima del cineasta surcoreano Kim Yonghoon, que se abre con un plano detalle de una maleta Louis Vuitton que acoge en su interior un montón de fajos de dinero, aunque esto lo sabremos más adelante, cuando el anodino recepcionista de la sauna de un hotel, ahogado económicamente por una frágil situación familiar, encuentre la bolsa.

El relato de Beasts Clawing at Straws se despliega a partir de personajes abocados a la desesperación por culpa de las necesidades económicas, mientras que otros albergan intenciones inciertas: un oficial de aduanas al que su novia ha abandonado; una mujer maltratada por su marido; un detective con aires de Colombo, desaliñado pero perspicaz e insistente… La diáspora de personajes provoca que el principio de la película sea algo desconcertante. Un escenario de dispersión en el que sorprende la insistencia con la que el director, Kim, fragmenta el film mediante una serie de capítulos breves que atomizan el relato. Cada episodio comienza con un intertítulo que aparece inscrito sobre una porción de un gran dibujo cuyo sentido global solo llegaremos a conocer al final de la película.

Si, en Pulp Fiction, el contenido del famoso maletín permanecía como un misterio, en Beasts Clawing at Straws el enigma se revela en seguida. Sin embargo, el parentesco entre ambos films es evidente: Beasts Clawing at Straws se disgrega para ir uniendo los hilos, en una estructura que, como en la película de Tarantino, se construye sobre tiempos distintos. Kim aúna las maneras del cine contemporáneo de género y de autor, al menos en su manejo del guión: además de las estructuras episódicas de Tarantino, la narración recoge los ecos del detallismo del Bong Joon-ho de Parásitos y el gusto por el retruécano del Park Chan-wook de The Handmaiden. Kim se aplica a la hora de hacer justicia a sus maestros. Ahora, si él lo ambiciona, le queda por delante el desafío de dar forma a una voz propia.

La jornada festivalera se completó con una visita a la sección Bright Future, donde se presentaba My Mexican Bretzel de la barcelonesa Nuria Giménez, una obra que remite a algunos de los mecanismos de la película de 1979 Daughter Rite de la norteamericana Michelle Citron. En aquel film de corte ensayístico, las capas se superponían: por un lado, las imágenes de archivo de la familia de la propia directora; por el otro, el testimonio de dos hermanas; y por último, una voz en off de mujer. Solo en los créditos finales se revelaba el costado ficcional de la película: las apariencias podían invitar a pensar que todo lo visto y oído correspondía a las vivencias reales de la directora, sin embargo, las hermanas estaban encarnadas por sendas actrices, y la narración corría a cargo de otra intérprete. La ficción, sin embargo, no está exenta de veracidad, y el amalgama de materiales y voces que proponía Citron no hacía más que enriquecer y ensanchar un discurso que partía de la experiencia íntima.

En My Mexican Bretzel, también se entremezclan tres materiales: películas domésticas de una pareja en de distintos lugares y eventos –de Suiza a Nueva York, pasando por el paisaje del suroeste mallorquín–; algunos detalles sonoros añadidos a posteriori; y el texto del diario de una mujer llamada Vivian Barrett, que se inscribe en la película mediante subtítulos. Como en Daughter Rite, en los materiales hay un misterio, una ficción escondida bajo la realidad aparente ¿Cómo puede ser que un archivo doméstico encontrado se corresponda con los destinos de viaje de la señora Barrett? ¿Qué fue antes, el texto o la imagen? La incógnita se resuelve fácilmente –es menos opaca que en el filme de Citron–, pero poco importa, sobre todo porque Giménez sabe encontrar una poética que vaya más allá del dispositivo. Pese a algunos detalles sonoros, el silencio repercute en el sentido de intimidad que desprende la película. Desde la ventanilla de un avión, la mujer observa el paisaje, y los subtítulos discurren sobre el anhelo de soledad. En otro momento, ella tuerce el gesto, aparentemente harta de que el hombre que la acompaña la mire siempre a través de la cámara: “filmar es una de las mejores formas de autoengaño”, afirma. Las dudas y anhelos de la mujer van cobrando forma mediante las palabras y las imágenes. También los paisajes: la noche en Nueva York, la costa, un circuito de coches, el París de la posguerra, donde un pintor retrata Notre Dame décadas antes que esta ardiera… La fascinación que generan las imágenes de archivo es tal que por momentos una olvida el texto que aparece grabado al pie del encuadre. No importa: en el dejarse llevar está quizá el más bello de los misterios que propone My Mexican Bretzel.