Laura Carneros (Festival de Málaga)

Los créditos de apertura de Los europeos, la adaptación de la novela homónima de Rafael Azcona con la que Víctor García León cierra la sección oficial del Festival de Málaga, son toda una declaración de intenciones: antes de que aparezcan en pantalla Raúl Arévalo y Juan Diego Botto, una secuencia animada recuerda el inicio de películas de los 60 como Dos en la carretera de Stanley Donen o El verdugo de Luis García Berlanga. La escena, realizada por José Luis Algar, sitúa al espectador en un espacio temporal que encontrará su correspondencia en el vestuario vintage de los personajes cuando las ilustraciones den paso a los primeros planos. Así, cuando vemos a Miguel y Antonio, personajes principales, embarcados rumbo a Ibiza rodeados de mujeres con largas faldas y pañuelos anudados al cuello, podemos pensar vagamente que la historia se sitúa en un espacio temporal entre los 60 y los 70. Pero esto nunca llegará a quedar completamente definido, pues, tal y como afirma su director, la atmósfera de esta película pretende situar la escena en una especie de arcadia o paraíso perdido. Y, ciertamente, este velo de ensoñación envuelve toda la cinta mediante elementos como una banda sonora con canciones de la época citada, los tonos pastel y un atrezo cuidado hasta el último detalle. Sensorialmente, la película de García León atrapa desde el minuto uno. Pero además, el tándem formado por Diego Botto y Arévalo da como resultado una química insospechada que funciona gracias a la complementariedad de caracteres de sus personajes. Por un lado, Miguel (Arévalo) es un hombre inseguro, algo reservado y bastante quejica; mientras que Antonio (Diego Botto) es un galán que sabe idiomas y parece tener una energía inagotable. A través de diálogos construidos con un humor sencillo e inteligente, la complicidad entre estos dos amigos pronto se contagia al espectador a través de la risa.

El amor y la sexualidad son temas principales, puesto que Miguel y Antonio van a Ibiza de vacaciones y su principal objetivo será ligar con mujeres. Europeas (no españolas), a ser posible. El conflicto que surge a mitad de la cinta hace cambiar el tono festivo por uno más sosegado, pero que igualmente atrapa y sigue funcionando pese al cambio de rumbo que toma la película. La actriz Stephane Caillard, quien interpreta a Odette, supone toda una revelación, pues representa a una mujer luminosa cuyos pensamientos y anhelos más profundos y oscuros se manifiestan a través de miradas y silencios. Sin mencionar el final ―salvo que su resolución es magnífica y recuerda a esos films puramente clásicos que no se olvidan―, puede decirse que el cine de García León (director de títulos como Más pena que gloria o Selfie) parece romper con todo lo anterior para tomar un camino totalmente inexplorado, al igual que hacen sus protagonistas.

De puertas (o portales), que parecen abrirse y no cerrarse del todo, trata Lúa Vermella, de Lois Patiño. Cuenta el director gallego que la historia de la que parte su última película es verídica, pues “El Rubio”, su protagonista, es en realidad un buzo que ha rescatado más de 30 cuerpos de náufragos. La diferencia está en que él todavía está vivo, mientras que en la cinta apenas es un fantasma al que lloran sus familiares y vecinos del pueblo. Su presencia, en principio, solo se percibe en las palabras y los recuerdos de la gente que lo conocía. Su ausencia, sin embargo, forma el cuerpo central del relato ficticio, y de ella se sirve Patiño para hablar sobre temas como la dificultad del duelo cuando no hay cadáver que enterrar.

Pero poco importa lo que de real o imaginario tiene la última película del director gallego que concursa en la sección Zonazine del Festival de Málaga. Los elementos que en ella se conjugan sugieren que es mejor abandonarse al subconsciente que hacerse preguntas, mientras ante los ojos del espectador la película se expande de manera lenta y sinuosa, como el vapor de la bruma marina entre las montañas de un pueblo costero. Los monstruos de Lúa vermella navegan sobre mapas ilustrados con más fantasía que rigor científico, pero este es un aviso a navegantes: lo que aquí vamos a ver representado tiene la misma credibilidad que un pez de cuatro cabezas sobre un papel que aparenta quinientos años. Y también existen, estos seres, en el imaginario y las supersticiones de los lugareños: meigas, fantasmas, zombies en una roca maldita y la Santa Compaña. Todo ello se materializa a través de conjuros y pensamientos que suenan tan terroríficos como los alaridos que de vez en cuando se oyen a lo lejos. El sonido, como lo que sucede fuera de plano, moldean la imaginación de quien mira, con muy pocos elementos. A medio camino entre el videoarte y el cine experimental, como su propio autor la define, Lúa Vermella se pasea por la frontera que separa a los vivos de los muertos, donde confluyen la naturaleza y el esoterismo. El resultado de ello es una atmósfera misteriosa, en suspenso, entre lo místico y lo terrorífico, que hace casi inevitable situar la obra de Patiño dentro de  las lindes del Nuevo cine gallego, representado, entre otros, por Oliver Laxe, Diana Toucedo y Eloy Enciso. La película tiene previsto su estreno en salas el próximo 30 de octubre, fecha que, casualmente (o no), se encuentra muy próxima a la celebración del día de Todos los Santos.

La mort de Guillem de Carlos Marqués-Marcet también gira en torno a la ausencia y el duelo por su protagonista: Guillem Agulló, el joven valenciano asesinado en 1993 por un grupo de neonazis. La película, que en principio fue concebida como un telefilm, se centra en la familia de Agulló y en cómo esta tiene que afrontar, además de la pérdida de un miembro, la presión mediática y las amenazas de grupos radicales desde que se produce el homicidio. Pablo Molinero y Gloria March, quienes interpretan a los padres de Guillem, soportan el peso dramático de la cinta de un modo magistral: las emociones contenidas se expresan en miradas, gestos y silencios que dejan entrever un abanico de emociones contrariadas que van desde las dudas y la desconfianza hasta la impotencia y el dolor. La atmósfera creada por Marqués-Marcet ayuda a que la cinta respire sobriedad sin caer en el melodrama, y que no por ello resulte menos conmovedora. La estrecha relación que el protagonista mantenía con sus hermanas, sus amistades y sus aficiones, así como algunas canciones del folclore valenciano, ayudarán a reconstruir el perfil del joven para así dar voz a su historia. El film también reproduce material de archivo: imágenes de telediarios, reportajes, entrevistas y alguna rueda de prensa que se complementan con la dramatización para apoyar el carácter divulgativo de la obra. Ya que uno de los objetivos de la película  es que el caso de Guillem Agulló no se olvide. La mort de Guillem, que se presentó en la sección Málaga Premier, en principio iba a emitirse el pasado mes de junio en la televisión valenciana, pero finalmente (aunque sin fecha prevista) se estrenará en el cine.

Harley Queen, el documental dirigido por Carolina Adriazola y José Luis Sepúlveda que compite en la sección oficial, cuenta la vida de Carolina Flores, una estríper que complementa su trabajo con el de cazafantasmas. Esta mujer chilena, que vive en uno de los barrios más pobres de Santiago, se enfrenta a la muerte con toda la entereza que la experiencia le ha dado, pues también ha sufrido la pérdida traumática de dos seres queridos. Esta mezcla bizarra hace que el documental no pueda escapar de lo sórdido. Incluso en su empeño de mostrar situaciones relacionadas con la marginalidad, sus directores graban escenas de ética cuestionable. Como por ejemplo, la paliza que recibe un hombre hasta perder el conocimiento o el estrangulamiento de un gato que ha sido envenenado. Quizá el documental intenta abarcar demasiado y se pierde en estas anécdotas de contenido explícito que alimentan el morbo. Pero si nos detenemos en su historia central, Harley Queen aborda temas tan interesantes como la lucha por el feminismo desde la situación de pobreza, y desde una profesión socialmente estigmatizada que también es criticada desde ciertos sectores feministas. La reivindicación del cuerpo real, con defectos, se manifiesta en la propia actitud de la protagonista, quien desde el principio no tiene reparos en explotar la voluptuosidad de su cuerpo como un sello diferenciador. A través de la seguridad de Carolina es posible reconocer a la mujer empoderada cuando posa, por ejemplo, en una sesión de fotos disfrazada con ropa sexy. La naturalidad con que sus directores registran el cuerpo de Carolina hace que el espectador acabe apreciando la belleza y la autenticidad de sus coreografías, cuando, en una de las secuencias, Harley Queen participa en un certamen de strippers rodeada de cuerpos escultóricos que reproducen movimientos mecánicos.