Últimamente una gran cantidad de biopics han optado por obviar la hagiografía al uso y escoger centrarse en un momento determinado de la vida del retratado. Limitar el cuadro temporal resulta casi siempre una buena idea en cuanto a que la estructura que traslada del nacimiento a la muerte suele conllevar pasar en plano general por los acontecimientos (y ya se sabe que el esqueleto de una vida no es siempre el más adecuado como escaleta de un guión). Neruda apuesta firmemente por esta nueva opción —asistimos únicamente a la persecución que llevó a cabo la policía chilena contra el poeta— pero lo hace además incluyendo una perspectiva insólita respecto a esos otros biopics: el punto de vista pertenece en su mayor parte a un policía que, al mismo tiempo, bien podría leerse como una creación del escritor. Neruda usa así el metacine pero, sobre todo, la metalingüística para acercarse a un creador y a su obra en una oda a la propia narrativa como salvadora de vidas o, al menos, de concepciones vitales. Recientemente nominada al Globo de oro a película extranjera, Neruda es un ejemplo más de cómo Pablo Larraín, aun con todos sus peros, es uno de esos cineastas que intenta aportar algo nuevo desde la construcción de sus historias y personajes. No siempre le funciona pero la persecución que lleva a cabo suele tener paradores apasionantes. Endika Rey

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