Una cultura basada en el consumo de imágenes, en la venta y explotación de la propia imagen, convertida no solo en máscara sino en marca, objeto de cambio, y método de escala social, tenía que terminar por entregar a sus propios hijos a las manos de los nuevos mercaderes. Y así, la cultura y el consumo de celebridades, junto con la democratización del acceso a la fama (tan devaluada, tan convertida en la celebración de sí misma por sí misma), han provocado una explosión de jóvenes cuya única aspiración es la de ser famosos como fin último, y no como resultado de un proceso, de un trabajo, de una dedicación: la fama no como resultado sino como objetivo, y la propia imagen como objeto de intercambio. Como desgranaron hace ya tiempo Mercedes Odina y Gabriel Halevi en el fundamental El factor fama (Anagrama, 1998), “La fama es un tema que invita sobre todo a pensar en torno a una gran mentira, un mundo de simulación repleto de falsedades, pues el anhelo de fama es un oscuro secreto que siempre se esconde, mientras la voluntad por alcanzarla se extiende, gracias a la convicción, oculta y generalizada, de que un cierto grado de popularidad facilita el camino hacia el dinero y el poder (…) Los afanosos buscadores de fama ya no llevan grabado en el corazón el eterno deseo humano de trascendencia (…) La fama se ha convertido en un delirio de grandeza tallado a la medida de la clase media”.

Ese es, a grandes rasgos, el transfondo social en el que se sitúa Next, el primer largometraje de la navarra Elia Urquiza, alumna de la prestigiosa escuela de artes californiana CalArts, donde dan clases, entre otros muchos, popes del experimental como Thom Andersen o James Benning. Next, producido por el grupo de españoles refugiados en California bajo el nombre de La Panda, es un documental de observación en el que Urquiza retrata una de las expresiones más crueles y a la vez pujantes y boyantes de esa famosfera que detectaron Godina y Halevi: la de los niños y niñas que trabajan casi desde la cuna con el objetivo de convertirse en famosos y famosas. De entre todos ellos, Urquiza se centra en un grupo de niñas, entre el final de la infancia y el comienzo de la adolescencia, que con la connivencia, el apoyo o directamente el impulso de sus padres, han convertido su vida en un ir y venir de castings, pruebas dramáticas, ensayos, más castings, más pruebas, más ensayos…

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La cuestión del género no es baladí en una película que trabaja justamente sobre la superficie de la gente: sobre las imágenes que voluntariamente quieren proyectar. Esas niñas, con la ayuda de sus padres, se convierten en aquello que la industria busca, forzando una autenticidad de diseño, erosionando los procesos naturales de crecimiento para borrar etapas y alcanzar una aterradora posición entre la inocencia y la madurez, una combinación imposible de sexualidad forzada, prematura, y ternura infantil. La película, construida en torno a ese grupo de niñas y sus familias, contiene al menos dos secuencias especialmente reveladoras sobre el diseño de la imagen propia (que contiene también un proceso de borrado de la propia identidad para ajustarse a una nueva): en la primera de ellas, una niña a la que han empezado a caérsele los dientes acude a un dentista para que le coloque una prótesis con la que disimular esa carencia, y mantener así su imagen perfecta de niña angelical y al mismo tiempo terriblemente consciente de sí misma: “Estás muy guapa cuando tienes dientes”, le dice el dentista al terminar el trabajo, como si fuera un guionista poniendo en palabras el tema de la película, esa construcción en serie de niñas que no lo son, como una industria necesitada de materias primas para su hoguera de las vanidades.

La segunda secuencia relevante, de una película plagada de momentos así, es en apariencia sencilla: el equipo de una agencia de actores elige entre varias las mejores fotos de sus representadas. Y nuevamente, una frase que condensa las contradicciones y el debate que suscita la película: una de las responsables, eligiendo una entre todas las fotos de una de las niñas representadas, afirma: “Me gusta esta, es mi favorita. Ésta es realmente quien ella es”. Y así se construyen identidades al gusto de las agencias, del mercado, de la industria, de un sistema que una vez exprimida pronunciará la frase que al mismo tiempo abre esperanzas y cierra puertas: “Next”. Siguiente. Otra niña más.