Lo primero que llama la atención tras ver Yo no soy Madame Bovary de Feng Xiaogang, ganadora de la Concha de Oro a la mejor película y de la Concha de plata a la mejor actriz (Fan Bingbing) en la última edición del Festival de San Sebastián, es que Madame Bovary no hace acto de presencia por ningún lado. En realidad el título original asegura que Yo no soy Pan Jinlian, haciendo referencia así a uno de los personajes más importante de la literatura china del siglo XVII. Tal y como se nos explicará en el prólogo, Pan Jinlian, actual patrona de prostíbulos y prostitutas, es lo más cercano al arquetipo original de la femme fatale que puede encontrarse en la ficción china. Pero, a diferencia del personaje creado por Flaubert, ella no sólo vive aventuras extra matrimoniales sino que también es una asesina. No hay halo romántico en su figura y su nombre se sigue usando a día de hoy para designar a aquellas mujeres chinas “indecentes” que han perseguido sus propios objetivos aparcando los de su marido. Por eso resulta tan preocupante que una voz cualquiera decida bautizar a la protagonista de la película con ese nombre: ella no es una Pan Jinlian y toda la trama se centrará en el intento obsesivo por limpiar su nombre. Madame Bovary es simplemente una de esas consecuencias del “lost in translation”.

La trama de la película es una línea constante en una única dirección: Li Xuelian, una mujer de provincias, llega a un acuerdo con su marido según el cual se divorciarán para poder optar a una vivienda de protección oficial más amplia y, una vez la consigan, casarse de nuevo. Los problemas llegan cuando el marido decide aprovechar ese tiempo de soltería para conocer a una segunda mujer y pedirle matrimonio, dejando a Li Xuelian sola y con fama de Pan Jinlian en el pueblo donde viven. Es entonces cuando comienza una lucha de la protagonista contra la sociedad china con el objetivo de que los tribunales acepten que el divorcio era falso y decreten que ambos siguen casados. Su objetivo no es volver con su esposo sino volver a estar legalmente unida a él para poder divorciarse de nuevo; esta vez de verdad. En este sentido, Yo no soy Madame Bovary recuerda tangencialmente a Gett: El divorcio de Viviane Amsalem en cuanto a que tiene una protagonista incansable dispuesta a sacrificar años de vida por aquel objetivo que ella considera justo, pero también porque la anécdota se usa como excusa para poder hacer una incisiva radiografía del sistema político y social del país.

 

Si en la película de Ronit Elkabetz y Shlomi Elkabetz asistíamos al callejón sin salida, burocrático y espacial, de un sistema legislativo íntimamente ligado al religioso (recordemos que era una película que transcurría en el único escenario de una sala de juicios), en la de Xiaogang el aprisionamiento viene del propio formato de la pantalla. I Am Not Madame Bovary adopta la circunferencia como método de enfoque respecto a su protagonista y toda la primera parte del filme mutilará la imagen panorámica habitual de la sala de cine para quedarse únicamente con el centro. Cuando Li Xuelian decida viajar a Pekín para protestar ante altos mandatarios contra el tribunal de su ciudad, que ha decidido no darle la razón, el formato mutará y el círculo se convertirá en un cuadrado, instante a partir del cual la película irá alternando ambas figuras geométricas según el escenario. Esta decisión seminal determina sustancialmente toda la puesta en escena y acaba funcionando como cimiento de toda la cinta: los personajes deben situarse siempre en el centro del plano, la profundidad de campo importa más que los movimientos de los actores, la cámara tiende a quedarse fija y el montador aprovecha la cerrazón del punto de vista para saltarse el eje cuando le conviene.

La decisión de utilizar un formato alejado de la fotografía tradicional resulta, sin duda, apasionante a la hora de estudiar las relaciones entre puntos (sean estos personas u objetos) que se establecen en pantalla así como las variaciones en los mecanismos habituales de puesta en escena. Por ejemplo, cuando la protagonista se enfrenta al congreso político anual donde diversos representantes judiciales del país discuten su caso, Feng Xiaogang opta por un cuadrado de simetrías paródico donde se instaura una visión rígida y crítica de esa China que parece haberse olvidado del pueblo. Yo no soy Madame Bovary mezcla con determinación el melodrama con la comedia (existe una secuencia de violación paradigmática al respecto) y, en ese sentido, el uso de un encuadre determinado por el círculo y el cuadrado contribuye al refrescante tono de la película. El problema es que, en el fondo, la decisión de jugar con el formato se acaba antojando un tanto arbitraria.

i_am_not_madame_bovary_3

Ya en películas recientes como Mommy, donde también se usaban los márgenes que recortaban la imagen como dispositivo fílmico, la decisión tenía cierto sentido en cuanto a que Xavier Dolan se situaba en la piel de un millennial adoptando una de las formas clave de ese enclave generacional (sea ésta la pantalla de un móvil o instagram). Más tarde, eso sí, ese sentido resultaba cuestionable cuando el director se situaba por encima de la propuesta ampliando el campo en uno de los momentos más recordados de la película y, en realidad, el juego se revelaba como mero capricho para justificar un punto de giro. En Yo no soy Madame Bovary ocurre algo similar: cuando la cinta llega a su epílogo, el director se libera y pasa al formato panorámico en una secuencia donde la protagonista descubre ante la audiencia el último giro de guión. Toda aquella opresión que parecía ser la razón de ser del formato, a medio camino entre la claustrofobia y la agorafobia causada por la situación en China, se desvincula ahora de la supuesta lucha de Li Xuelian y se revela como un antojo.

La conclusión final de guión en Yo no soy Madame Bovary es una buena sorpresa narrativa que desgraciadamente ni se ha sembrado en el resto del relato ni en ese juego con el aparato cinemático. Es, de hecho, una idea que contradice parte de lo visto hasta el momento o, dicho de otro modo, una que implica que al director le pueden las ganas de acabar con un “bang” en lugar de con un “whimper”. Tal y como asegura uno de los jueces sobre la protagonista en una escena de la película: “una semilla de sésamo se ha convertido en sandía”. El problema que se deriva de esta incoherencia final es que Feng Xiaogang busca la grandilocuencia con tanta ansiedad que se olvida de que lo mejor de su propuesta era, precisamente, la semilla.