Marina Laboreo (París)
Tras su controvertida ausencia en la programación del Festival de Cannes, y antes de su anunciado paso por San Sebastián para luchar por la Concha de Oro, Nocturama, la nueva y esperada película del francés Bertrand Bonello, se presentó el pasado viernes 8 de julio en avant-première en el cine Luminor Hôtel de Ville de París, en un acto que contó con la presencia de su director, autor de títulos tan destacados como De la guerre, Casa de tolerancia (L’Apollonide) o Saint Laurent. En la primera proyección pública del film, Bonello, acompañado de la productora Alice Girard, confesó estar impaciente por conocer la reacción de los asistentes.
Planteada como una adaptación libre de Glamourama, la novela de Bret Easton Ellis en la que aparecen top models terroristas, Nocturama dibuja un escenario en el que un grupo de jóvenes pone bombas en espacios simbólicos de París provocando una cadena de atentados simultáneos. Tanto la situación como las imágenes no resultan desconocidas y, a pesar de que el film fue concebido hace seis años, la polémica está servida. Francia pasa por un momento delicado para la política-ficción y cualquier manifestación que de alguna manera presagia escenarios extremos, como pasó con la Sumisión de Michel Houellebecq, genera tanto interés por parte de unos como rechazo por parte de otros. En este caso, la nueva película de Bonello muestra la acción revolucionaria de un grupo de adolescentes sin dar explicación alguna sobre sus verdaderas reivindicaciones: un predominio absoluto del cómo en detrimento del porqué. En consecuencia, Nocturama deviene una película de acción contemporánea que resulta estéticamente fascinante y moralmente ambigua.
Dividida en dos partes perfectamente diferenciadas, empezamos asistiendo a una suerte de ballet estético hacia el Apocalipsis en el que todo está perfectamente orquestado. Diez jóvenes de entornos y realidades sociales diferentes parten de distintos puntos de la capital francesa dispuestos a ejecutar su plan, desplegando una coreografía inquietante a través de las calles, el metro y algunos edificios de la ciudad. Es una cuenta atrás con pocos diálogos y con un ritmo que va in crescendo con el paso de los minutos. Un flashback nos conduce a un encuentro previo entre los personajes para planificar la acción terrorista que está a punto de suceder. Cada uno de los jóvenes tiene una misión y Bonello usa una vez más el recurso de la pantalla partida para narrar la simultaneidad de los hechos. Finalmente, estallan algunos lugares emblemáticos de la capital. Después, silencio.
Todo el movimiento de la primera parte se detiene en la segunda. Los jóvenes convergen en unos grandes almacenes vacíos para admirar el resultado y esperar las consecuencias de sus actos. A medida que avanza la noche, vamos entrando en una dimensión onírica potenciada por un virtuoso montaje que intercala el momento presente con flashbacks y escenas repetidas que aportan nuevos puntos de vista, incrementando la confusión y la sensación de agotamiento tanto de los personajes como del espectador. Con los protagonistas aislados en este icónico templo del consumismo, la cámara se dedica a seguir a los jóvenes por un espacio de gran potencia visual por la cantidad de luces, colores, pasillos y escaleras que llevan de un punto a otro. Como no podía ser de otra forma en un film de Bonello, tanto el sonido como la música tienen un papel relevante y contribuyen a crear una atmósfera hipnótica. Los grandes almacenes se convierten en una guarida y es inevitable pensar en Dawn of the Dead, la película de George A. Romero que también hace de un centro comercial el refugio de los protagonistas.
Paradójicamente –y de aquí emana uno de los afluentes de ambigüedad del film–, los personajes parecen sentirse más cómodos paseándose entre logotipos de marcas de ropa que ahí fuera, de forma que no sabremos nunca si son un grupo unido por el anticonformismo, el nihilismo o el aburrimiento. Algunos de los jóvenes actores son caras conocidas, como Vincent Rottiers, a quien hemos podido ver en películas como Dheepan o La espuma de los días, mientras que otros fueron elegidos por pertenecer a entornos de militancia política. A la postre, la violencia sin psicología ni explicación de Nocturama hace del nuevo film de Bonello una obra abstracta que remite tanto al Elephant de Alan Clarke como al film homónimo de Gus Van Sant, dos películas que desestimaban el valor de la causalidad en el marco de la narrativa cinematográfica.
Después de dos films de época como Casa de tolerancia (L’Apollonide) y Saint Laurent, Bonello ha querido cambiar de tercio realizando una película contemporánea y filmando por primera vez en formato digital. Para el espectador, la sensación final es de cierta perplejidad. Resulta difícil descifrar si estamos ante una llamada a la insurrección, una crítica al consumismo o un retrato generacional. A pesar de su funcionamiento como una película de acción política, el director francés opta por no comprometerse con una única idea o lectura. En el coloquio posterior a la proyección del film, Bonello esquivó todas las preguntas relacionadas con la actualidad francesa, escudándose en su condición de cineasta y en los postulados ficcionales de la película. Lo que resulta incuestionable es que Nocturama ha sabido capturar una tensión social latente, un vínculo urgente con la realidad de consecuencias evidentes para la recepción de la película, que llega a Francia después de semanas de indignación juvenil por la reforma laboral de François Hollande y antes de las elecciones presidenciales. El film debía titularse París es una fiesta, pero los acontecimientos recientes condicionaron un cambio de título de última hora, en ningún caso del guion. Y es que, bajo los adoquines, todavía no hemos encontrado la playa.