Justo después de exponer la temática principal de Nunca, casi nunca, a veces, siempre (Never Rarely Sometimes Always) –el embarazo no deseado de una adolescente–, la directora Eliza Hittman construye una secuencia en la que Autumn, la protagonista, se atraviesa la nariz con un piercing casero. La cámara sigue con detenimiento todo el proceso, desde los preparativos (una desinfección y anestesia torpes) hasta los pequeños gestos de dolor causados por las bruscas incisiones de una aguja de coser. Este compromiso tácito con la observación incisiva, pero no atosigante, de la intimidad de su joven protagonista deviene a la postre el eje sobre el que se vehicula este “drama de personaje”, protagonizado por una Sidney Flanigan que apunta a ser una de las revelaciones actorales del año.

Nunca, casi nunca, a veces, siempre se vive como un retrato que es a la vez insidioso y respetuoso. Cuando parece que el sufrimiento de Autumn va a desbordar la pantalla y degenerar en sadismo, surge un bienvenido contraplano que libera la tensión acumulada, y ofrece un cierto sosiego a la protagonista. Así, el montaje deviene una muestra de respeto a la autonomía emocional del espectador, y también de empatía al objeto de estudio. El primer plano nunca se exhibe como un vehículo para el lucimiento actoral, sino que apunta a un retrato genuino y sentido del desamparo. La cercanía entre la cámara y la protagonista pone de manifiesto la lacerante soledad de una chica que, muy a su pesar, representa a otras muchas. El ambiguo, impreciso y pretendidamente impersonal título de la película funciona como una referencia directa al modo en que un sistema dominado por la doble moral nos obliga a responder con la frialdad de un test multirespuesta a aquello que requiere de una comprensión profunda.

Ahí radica la importancia de Nunca, casi nunca, a veces, siempre: en su capacidad de convertir su apuesta formal en un método para captar la dimensión ética, moral y espiritual del drama humano. Esta historia de aprendizaje –lo que los anglosajones llaman el coming of age– muestra el carácter crítico de una cruda realidad social. Al llegar a Nueva York, a la gran ciudad, a ese lugar donde quizá no se le negará el aborto a una joven pueblerina, la chica aparece empequeñecida, como la niña fue, aunque el mundo la obliga a resolver sus problemas como los adultos. La odisea tiene mucho de misión imposible, aunque la sororidad emerge como una fortaleza infranqueable para la crueldad del sistema. Se abre el plano, y entra en cuadro otro rostro, el de una compañera de viaje, una amiga, alguien que empatiza finalmente con el calvario de Autumn. Sería desproporcionado considerar a la protagonista de Nunca, casi nunca, a veces, siempre en una heroína contemporánea; sin embargo, no hay duda de que Hitman la convierte en “nuestra protagonista”.