Se cumplen veinte años de la publicación de uno de los discos más revolucionarios de la música en España, el Omega firmado por el cantaor flamenco Enrique Morente, junto con el grupo de rock punk granadino Lagartija Nick. Un disco que arrancó como una adaptación flamenca de las canciones de Leonard Cohen, por el que Morente sentía una admiración profunda, impulsado por el reconocimiento de una raíz flamenca, y más en concreto lorquiana, en el trabajo poético del cantante de Montreal por parte de Morente. Tras una reunión en Madrid, en uno de los bares preferidos de Lorca, entre Cohen y Morente, este último decidió adaptar algunas de las canciones del canadiense al flamenco, trabajando también sobre los poemas de Lorca que estaban en la base del trabajo de Cohen. Un proyecto de por sí arriesgado, muy propio del espíritu inquieto de Morente, que daría un giro imprevisto cuando Morente decidió, por sorpresa, y sin comentarlo con nadie, incorporar la apisonadora sonora punk de Lagartija Nick al proyecto. Así, entre conversaciones en bares, e impulsos irrefrenables, nacería Omega, un disco de larguísima gestación, casi dos años de trabajo, que fue rechazado por todas las grandes discográficas como una suerte de herejía, y que puso en serio riesgo la carrera de Morente por su valentía, su radicalidad y su visión de vanguardia, y que tardaría un tiempo en ser entendido como lo que verdaderamente es: una obra capital de la música, no solo en España; un trabajo cubista, tenso, intenso y profundamente desgarrado, que parece ganar fuerza e intensidad con el paso de los años.

Con motivo de ese aniversario, aparece esta película que trata de reconstruir, un poco como ya lo hiciera el libro de Bruno Galindo Omega. Historia oral del álbum que unió a Enrique Morente, Lagartija Nick, Leonard Cohen y Federico García Lorca (Lengua de Trapo), todo el proceso del álbum, desde sus inicios, su tormentoso y complejo proceso de ensayo y grabación, su casi total desaparición del panorama musical (quien esto firma tardó años en hallar una copia del álbum, que finalmente encontró en una tienda de segunda mano en Montevideo, con el álbum descatalogado y olvidado) y su éxito invisible, para acabar convirtiéndose en un álbum de culto, catapultando a Morente como una de las figuras centrales de la música contemporánea, capaz de dialogar, desde su raíz flamenca, con nombres como Lee Ranaldo, los propios Sonic Youth, o Pat Metheny.

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La película tiene como hilo conductor a Antonio Arias, bajista y voz de Lagartija Nick, que en una larga entrevista, y a través de su detallado diario de los años de trabajo, va reconstruyendo el proceso íntegro del álbum. A su voz se suman las de las hijas de Morente, apenas unas adolescentes cuando participaron en el álbum, y su mujer Aurora, así como otros de quienes participaron en algún momento en el proceso: Eric Jiménez, el batería de Lagartija Nick, Juan Codorniu, guitarrista, entre otros muchos. El resultado es un relato salpicado por grabaciones de archivo y material inédito, que reconstruye, con aparente fidelidad, un momento absolutamente mágico en la historia del arte: un cruce imposible de vanguardia, riesgo, intensidad, conocimiento de la tradición y las raíces y proyección, sin miedo, hacia el futuro.

La película, como todos los documentales que abordan el proceso de creación artístico, se enfrenta al reto de capturar en imágenes y palabras algo tan impreciso, invisible, y misterioso, como el nacimiento de una idea, una intuición, una voluntad, un destello de luz (u oscuridad) como el que supuso la grabación de este álbum; de ese reto, Omega (la película) sale más o menos airosa, y por momentos, la combinación de testimonios logra reconstruir destellos de aquella magia y aquellas dificultades. Fascinante como documento informativo, como testimonio de un momento insólito, de una isla de creación y genialidad que no ha tenido continuación en más de veinte años (la capacidad de Morente y los Lagartija Nick para dialogar con la tradición flamenca desde la más arriesgada vanguardia sonora sigue siendo un hito aislado en nuestra tradición artística), la película es lamentablemente muy pobre en lo formal, como si una de las principales lecciones de Omega (el disco) no hubiera sido entendida ni tan siquiera por quienes le profesan veneración: que la forma es siempre una cuestión política, y que no es posible la revolución sin una apuesta por el riesgo. Los caminos de siempre llevan, nos guste o no, a los mismos lugares de siempre. O como dice el propio Morente en la película: “Hay que molestar, bastante nos molestan a nosotros todo el tiempo”. Esa actitud de lanzarse al vacío, con dudas, pero siempre hacia delante, es la que la película reivindica de palabra, pero no de gesto ni forma, y un disco tan inagotable en su misterio y hondura como Omega merecía algo más que una colección de (interesantes) testimonios de aire televisivo. Omega (la película) es, al menos, una buena invitación a seguir desentrañando el misterio, quizás inextricable, de Omega (el disco).