Manu Yáñez (Festival Punto de Vista)

En los primeros compases de Notas para una película, el actor Alexis Maspreuve recita diversos pasajes de Diez años en la Araucanía. 1889-1899, libro en el que el ingeniero belga Gustave Verniory dio cuenta de sus experiencias en el sur de Chile. Primero, el texto describe a los indios mapuches como “una raza feroz y belicosa”, dando cuenta del estigma colonialista que arrastraba Verniory, quien se desplazó hasta la región para supervisar la construcción de una red de ferrocarril. Sin embargo, el ingeniero pronto empezó a sentir un cierto interés por los nativos de una tierra sorprendente: “El fin del mundo es cosmopolita”, escribió el belga. De ahí, solo quedaba un paso para que el extranjero entablara una cierta empatía con un pueblo masacrado sin piedad en nombre de la “civilización”, una palabra que aparece entre comillas en la obra de Verniory. Ocurre lo mismo con el término “pacificación”, que el ingeniero vincula sin tapujos con “la destrucción de los indios”. Dirigida por el veterano Ignacio Agüero, figura capital del documental chileno, Notas para una película podría describirse como un film de lo entrecomillado.

Con su nuevo ejercicio ensayístico, Agüero aborda una de las temáticas centrales del cine de autor chileno de la última década: la fatídica historia de los pueblos originarios de la región. Patricio Guzmán incluyó a los indígenas patagones en la poética El botón de nácar, mientras que Niles Atallah retrató la megalomanía colonialista en Rey. Por su parte, Theo Court meditó sobre el soterramiento de la historia del genocidio indígena en Blanco en blanco. Todos estos cineastas, desde perspectivas más románticas, alucinadas o subversivas, exploraron los mitos acerca del origen de la nación chilena, una tarea a la que Agüero se suma con su inimitable aleación de curiosidad, espíritu transgresor, disposición lúdica y talante autorreflexivo. Devoto de los juegos metalingüísticos y practicante del work in progress, el director de Como me da la gana propone en su nueva película un audaz diálogo entre mitos nacionales y cinematográficos. Así, tras varias anotaciones sobre el universo ferroviario, Agüero decide interrumpir su película para mostrar la fundacional L’arrivée d’un train à La Ciotat de los hermanos Lumière. El inicio de la historia del cine se emparenta con la labor “civilizadora” del ingeniero Verniory. Sin embargo, el documentalista chileno no se contenta con rastrear la historia oficial y decide ir más allá, por ejemplo, recuperando unas imágenes de Ahora te vamos a llamar hermano de Raúl Ruiz, en las que unos descendientes de mapuches denunciaban, en el Chile de 1972, el sometimiento de su pueblo.

Filmada en primoroso blanco y negro, y centrada en un personaje que deambula por imponentes paisajes naturales, Notas para una película remite a Dead Man, la película con la que Jim Jarmusch subvirtió los códigos del western abrazando el imaginario de los nativos americanos. Aunque cabe apuntar que Agüero siente un interés relativo por los mecanismos del cine de ficción. Su espacio natural de trabajo es el intersticio entre el documento y la fabulación, una dialéctica que, en Notas…, toma forma a partir del diálogo entre las presencias de Alexis Maspreuve y Gustave Verniory, el actor (vestido con ropas de hoy) y el personaje (caracterizado como un hombre distinguido de finales del siglo XIX). En ocasiones, las dos figuras llegan a cruzarse en un mismo espacio escénico gracias a unos artificiosos juegos con el plano-contraplano. Las reglas del juego no podrían ser más difusas, aunque el discurso de Agüero brilla por su claridad. En la escena más extensa y memorable del film, un hombre mapuche, de nombre Miguel Mellín, toma la palabra para diseccionar, en un estremecedor monólogo, la prolongada historia de opresión sufrida por su gente. En el momento más punzante de su relato, que aflora como una celebración de la transmisión oral, el hombre recuerda el lamento desesperado de un antiguo líder indígena: “Ahora ya no somos gente. Se han acabado los mapuches”. A lo que el propio Mellín, desde los actuales tiempos de revuelta, responde: “Pero todavía estamos acá, en nuestra tierra”.