Carlota Moseguí

Cruzado el ecuador de Demonios tus ojos, el perturbador film de Pedro Aguilera, en una escena campestre apacible (situada en un punto estratégico del metraje que denota la calma que anticipa la tormenta), dos parejas y el hermano mayor de una de las chicas conversan durante su salida de camping en el bosque. El novio de la mejor amiga de la protagonista –un chico que sabe mucho de cine porque todas las películas que se descarga son en “full HD” (nótese la ironía de Aguilera)–, le comenta al hermano cineasta de la protagonista que en España hemos perdido la fe. Según el sabio pseudo-cinéfilo adolescente, los tiempos de la crisis nos han transformado en monstruos que desconfían de todo el mundo; incluso, dice, de la familia y de los amigos. A continuación, el chico sugiere que el cine español contemporáneo debería mostrar los trastornos que están sufriendo sus ciudadanos en la actualidad. Sin embargo, al famoso director afincando en Los Ángeles no le interesa aplicar la denuncia social en sus películas. Pues, él, Oliver (interpretado por un sensacional Julio Perillán), es la máxima representación de ese monstruo.

Es evidente que “la crisis” no ha sido el motivo que ha convertido a Oliver en ese sujeto sin fe definido por el filósofo adicto a la piratería ilegal. La descripción encaja, sin embargo, la maldad del personaje que ha construido Aguilera va por otro camino, concretamente un sendero que en su magnífica ópera prima La influencia se anticipaba de forma más discreta. Si bien es cierto que en muchos momentos el espectador de Demonios tus ojos puede llegar a pensar que Aguilera está juzgando a ese depravado sexual obsesionado con acostarse con su hermanastra (Ivana Baquero) tras reconocerla en un vídeo porno que su ex-novio colgó en Internet sin su consentimiento, el cineasta se dispone a hacer lo contrario. Al igual que la matriarca protagonista de su debut –esa mujer con deudas que se daba por vencida y abandonaba a sus hijos a su suerte–, Oliver no es más que otro hombre sin fe, una víctima que en vez de caer en la depresión, como la matriarca, sucumbe ante una enfermedad mucho más peligrosa: el nihilismo.

Por su parte, cabe señalar que Oliver no es la única víctima de ese nihilismo en la ficción. Así, en mayor o menor grado, todos los personajes de Demonios tus ojos sufren esa apatía marcada por el “no hay nada que perder porque tampoco hay nada que ganar”. El tercer largometraje de Aguilera es un thriller psicológico basado en un doble juego: el del gato y el ratón que practican los dos hermanos desinhibidos, y el juego de marionetas que Aguilera tiene preparado para martirizar a sus personajes. Chocante, maquiavélica, y de una sensualidad desbordante, Demonios tus ojos se sitúa entre la finura del drama erótico retorcido del francés Jean-Claude Brisseau y la revelación de la indecencia del cine del austríaco Michael Haneke.

Durante su segunda jornada, el Festival de Rotterdam también acogió el estreno mundial del nuevo largometraje de Julio Hernández Cordón, Atrás hay relámpagos. El director norteamericano se trasladó a Costa Rica para filmar el día a día de dos adolescentes de San José, dedicados a la sumar todo tipo de pequeñas sublevaciones. Sole (Adriana Alvarez) y Ana (Natalia Arias) pasan las horas gastando bromas en el supermercado –bailando o fingiendo ataques de epilepsia delante de las cámaras de seguridad–, recorriendo la ciudad en bicis BMX, o enrollándose con los chicos de su grupo. Pese a vivir por y para toda causa rebelde, la aparente tranquilidad que reina en sus vidas se disuelve cuando un cadáver aparece en el maletero del coche sin uso de la abuela senil de Sole.

Atrás hay relámpagos es una especie de continuación de la anterior película de Hernández Cordón, Te prometo anarquía. Ambas retratan el fin de una relación (en este caso, de amistad) entre dos personajes tras enfrentarse, por primera vez, a un drama cuya magnitud les supera. Así, la verdadera personalidad egoísta de una de las chicas aflorará en su primer episodio de crisis. Hernández Cordón ha dirigido otra de sus inquietantes teen movies sobre una juventud tan apática como perdida, y esta vez nos deleita visualmente con un incremento de sus características digresiones narrativas. Aquí, nos rendimos ante esos paseos nocturnos sobre bicis BMX, donde los ciclistas visten con luces que destellan igual que los neones de Spring Breakers de Harmony Korine.