Endika Rey

La 22ª edición del Festival Internacional de Cine de Ourense está contando estos días con un foco especial dedicado a Jeannete Muñoz y coordinado por Andrea Franco. La cineasta chilena afincada en Zurich se encuentra en la ciudad gallega para presentar tres sesiones especiales que más adelante también podrán verse en A Coruña, Barcelona y Madrid. El ciclo, que cuenta con la colaboración de la Revista Lumiere, finalizará mañana día 25 de octubre con una performance a cargo de la artista titulada Proceso hacia una película y definida como una “improvisación en 16 mm”, donde Muñoz montará metraje en directo compartiendo así con los asistentes el método de elaboración de su trabajo. A su vez, una hora antes, Francisco Algarín Navarro aprovechará para presentar en el marco del festival Jeannette Muñoz. El paisaje como un mar, libro sobre la cineasta que ha coordinado y que viene a ser, en sus propias palabras, una forma “efusiva de devolverle algo a la cineasta, de saldar una deuda”.

El primer pase dedicado a Muñoz se dividió en dos partes diferenciadas. En la primera, asistimos a varios de sus Envíos (2005-2010), pequeños fragmentos visuales sin audio que la directora a veces piensa como cartas pero que no son sólo eso: más allá de las correspondencias estrictas, también estamos antes memorias, fragmentos y voces del pasado. De algún modo, se incide en la idea de que cada pieza vuelve a existir en el momento exacto de ser proyectada, pasando así de lo privado a lo público y extendiéndose en el tiempo. La segunda parte de la sesión también incidió en esta idea de los segmentos de vida, pero en esta ocasión la pieza Villatalla (2011) se encontraba más cercana al mediometraje y sí contaba con una banda de sonido, si bien ésta no presentaba una sincronía respecto a las imágenes, sino que fue amoldándose a las mismas más debido a las asociaciones mentales del espectador que a un puzzle propiamente escrito por la autora.  

Tal y como aseguró Francisco Algarín en la presentación, la serie de Envíos se relaciona directamente con el comienzo del cine y con las películas enviadas como postales de un entorno. Comenzando por los Lumière y pasando por Flaherty, Vertov o Brakhage, el cine también se ha usado como una correspondencia y como un objeto que se lanza sin retorno. En El paisaje como un mar, Algarín insiste además en la idea de una cierta unión en la descomposición, asegurando que “en el cine de Jeannette Muñoz, los fragmentos disyuntivos se recomponen en familias visuales. No son episodios ni capítulos. Las colas negras que a veces los separan tampoco son signos de puntuación, puesto que al menos aquí, este tipo de unidades no existen en la literatura —ni siquiera en la poesía—, tan sólo en el cine. Este modo de filmar responde más bien al respeto por las personas y por las decisiones tomadas en el momento del rodaje”. Esas decisiones, tan personales como privadas, provienen en ocasiones de lugares que recuerdan a la autora la existencia de alguien y la necesidad de compartirlo, pero no todos los Envíos parten de la idea del envío propiamente dicho. En sus propias palabras, lo interesante del proyecto es que “al enviar a un destinatario una experiencia propia filmada sentía estar actualizando de alguna manera el pasado”.

Con una obra influida por cineastas como Helga Fanderl, Ute Aurand o Robert Beavers, Muñoz explica, en una extensa entrevista en el libro, una idea que se antoja significativa para entender su trabajo: “Pienso que el cine experimental o no narrativo vive gracias a los cineastas. Nunca tuve la idea de que fueran las galerías o los festivales los que permitieran su supervivencia, creo que es justo al revés. La fuerza de vivir nace de los propios artistas. Luchan a diario y a veces financian sus películas sin ayudas externas de ningún tipo, sobre todo en Sudamérica. Hacen revivir el 16mm. Compran película usada o caducada. Se atreven a utilizarla. Asumen ciertos riesgos. Eso es lo que genera el mundo del cine experimental o de vanguardia. Son los cineastas los que lo logran. Eso es en sí mismo bastante político como idea y no debe olvidarse. (…) Por lo tanto, para mí es sencillo, lo importante es la comunidad de realizadores. Para mí es importante ver rostros, no sólo nombres”.

Tanto el foco dedicado en el festival como la magnífica edición de Jeannette Muñoz. El paisaje como un mar contribuyen precisamente a ese ponerle rostro a la cineasta chilena. Ya sea partiendo de sus presentaciones, coloquios o performances en la ciudad gallega (y en las siguientes sedes) como a través de ese objeto formado por artículos, entrevistas, fotogramas, postales, dibujos y una amplia gama de generosísima documentación, Jeannette Muñoz deja de ser un fragmento. Poder acceder a mirar y penetrar en ese todo, sin nunca dejar de partir de uno mismo, ha sido una de las experiencias más bellas de esta edición del certamen orensano.