Este falso documental del año 1971 parece la crónica perfecta del panorama narrado por las noticias de 2018. En la aridez californiana, se celebran juicios express a jóvenes acusados de, por ejemplo, sedición o de incitación a la violencia a través de sus creaciones artísticas. Los procesos, llevados con un alarmante desprecio a los derechos fundamentales, desembocan en penas de prisión que pueden esquivarse con una travesía por el desierto. Una especie de viacrucis utilizado por las autoridades a modo de terapia de shock. Watkins mezcla realidad y ficción tomando como punto de partida los increíbles (pero ciertos) arrebatos autoritarios de la administración Nixon. Dicho presidente, alérgico a la reconciliación y adicto a la polarización, se manifiesta ahora como una mancha negra, todavía no-borrada. Sus Estados Unidos se convierten aquí en distopía de laxa humanidad y el documental se transforma en ejercicio de género survival. El cine pierde facultades por las injustas y brutales condiciones que le rodean, y al mismo tiempo aprende que la imparcialidad es una vía lícita para hacer justicia. Verdaderos policías y activistas se interpretan a sí mismos, y a través de un montaje enemistado con la lógica cronológica el director nos habla de un infierno condenado a repetirse. Una vocación crítica convertida por el presente en profecía aterradora. Víctor Esquirol

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