La obra póstuma de Aleksey German, Qué difícil es ser un dios, nace de la obsesión del cineasta con la novela homónima de los hermanos Arkadiy y Boris Strugatskiy escrita en 1968. Este film de ciencia ficción arranca con un escenario que se asemeja al temprano Renacimiento. Sin embargo, una misteriosa voz en off señala que dichos exteriores no pertenecen al pasado, sino a la distópica ciudad de Arkanar, capital de otro planeta que ha quedado sumido en el tenebrista periodo del Medievo. Por decreto del tirano Don Reba, la Universidad ha sido destruida y los sabios, lectores y artistas son ejecutados públicamente. Igual que en Fahrenheit 451, la erudición es motivo de condena, o como Crumbs de Miguel Llansó, la alta cultura ha desaparecido, dando paso al endiosamiento de lo banal. El último largometraje del autor de Mi amigo Iván Capshin mantiene su perseverante crítica antisoviética, pero ésta se sustenta a través de la inmundana atmósfera postapocalíptica, omnipresente en su dantesca y milagrosa epopeya de casi tres horas, que se dispone a abarcar la oscuridad del alma humana en cada uno de sus planos.
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Qué difícil es ser un dios (Aleksey German, 2013)
Estreno el 27 de agosto del 2019
Publicado el 24/08/2019 - 01:01:06
Con un registro alucinante, que merecería un Oscar al diseño de arte y al vestuario, si es que este tipo de filmes realmente compitieran por dichos trofeos, German, nos entrega una obra carente de narración, filmada en blanco y negro, que podría encasillarse en el genero de ciencia ficción, pero que lo trasciende ámpliamente. Es que si bien el espectador se informa que los hechos transcurren en otro planeta que no es la Tierra, habitado y controlado por una especie diferente a los humanos, su fisonomía y organización social son casi idénticas a las sociedades humanas. Así, entre otras cosas, los habitantes están divididos en clases sociales, existen la esclavitud, las guerras y las ejecuciones.
El gran mérito de German, es que logra transmitir una sensación apocalíptica de esta sociedad recurriendo exclusivamente a la forma de filmar y apoyado, como lo dijimos antes, en el vestuario y la escenografía. Apelando a una mezcla rara de primeros planos y travellings laterales, los rostros feos de los personajes desfilan delante de la cámara en un eterno movimiento de derecha a izquierda y viceversa. German satura cada plano, con una gran cantidad de objetos y personajes, que mientras chapotean en el barro y sufren el rigor de una lluvia interminable, parecen pisarse unos a otros por la falta de espacio físico para existir y moverse. La sensación de asfixia y hacinamiento, es insoportable. Además de los habitantes similares a los humanos, gallinas, perros, caballos, zorros y cerdos, deambulan también en escena. Todo demasiado similar a la Tierra, como para que el espectador no pueda resistirse a hacer una extrapolación a nuestro planeta, de lo que se ve en pantalla. German acude a otro efecto para enrarecer las imágenes y aumentar el efecto de inmersión del espectador en el lugar de la historia y sin necesidad de filmar en tres dimensiones. Me refiero a la decisión muy inteligente, de hacer que varios de los personajes que pasan frente a la camára, miren directo a ella, como si nos hicieran saber que nosotros estamos siendo observados también por ellos y no escapamos a la pesadilla. No estamos fuera de la historia, sino adentro, mal que nos pese. Esta idea de romper con lo que se conoce en cine y teatro como la “cuarta pared”, suele ser más un recurso de comedias, donde se busca la complicidad del espectador, para alguna escena graciosa. Pero aquí German, aplica el arbitrio a imágenes terroríficas y personajes muy feos que encima nos miran de frente y “saben de nuestra existencia”, haciendo más tenebroso el visionado del filme. Sin dudas una clase magistral de buen cine, con un mensaje poco esperanzador para el futuro del genero humano.