Corre el año 1937 y Emmanuel –un joven de veinte años interpretado por el debutante Lucian Teodor Rus– es diagnosticado de tuberculosis en la columna vertebral. Su padre, un rico comerciante judío, ingresa al hijo en un sanatorio de lujo cerca del Mar Negro a petición de los médicos. Allí, Emmanuel conoce a otros huéspedes que también sufren su extraña dolencia. Los días pasan lentamente, algunos pacientes se curan, otros mueren y otros pierden sus extremidades en su batalla contra la muerte. Pese a la incertidumbre vital que los deprime, ninguno abandona el ansía de escribir poesía, o de pasar las noches debatiendo sobre política y el sentido de la vida. Estamos en la notable Scarred Hearts del rumano Radu Jude, que aunque podría parecer una relectura de La montaña mágica es en realidad una adaptación libre de la novela homónima (y autobiográfica) de Max Blecher, en la que el director de Aferim! recrea, en unos inmaculados 35mm, la Lamentación sobre Cristo muerto de Andrea Mantegna, La lección de anatomía de Rembrandt y ciertos paisajes pintados por Caspar David Friedrich. Además, como ha señalado Jude en la conferencia de prensa del film en Locarno, su nueva ficción contiene altas dosis de denuncia política.
Así, mientras Aferim! se apropiaba de los códigos del western y la road movie para diseccionar el exterminio de la etnia gitana en el siglo XIX, Scarred Hearts utiliza un texto ajeno para retratar el antisemitismo en la Rumania de los años treinta y cuarenta del siglo XX. El film presenta dos lecturas: la primera –más literal– apunta a la puesta en escena de la muerte del alter ego de Max Blecher en la ficción; la segunda –más metafórica– medita en torno a la figura del judío que desea morir para no presenciar el ascenso del nazismo. Esta última lectura se atisba tímidamente en las conversaciones nocturnas sobre antisemitismo que Emanuel mantiene con sus compañeros: mientras el protagonista defiende su religión, sus interlocutores se burlan del judío respaldándose en artículos periodísticos escritos por Mircea Eliade, Emil Cioran o Eugene Ionesco.
En paralelo a las dos competiciones del Festival de Locarno, la sección Signs of Life ha presentado algunas de las mejores películas vistas en el certamen. Por ejemplo, tres obras vanguardistas que coinciden en su estudio de los elementos mágicos y místicos de un determinado territorio. Tras sorprendernos con la desmitificación del valle de Coachella en la estadounidense Pow Wow (Robinson Devor), y tras quedar extasiados con All the Cities of the North –poema visual de Dane Komljen en el que confluyen la memoria histórica de Yugoslavia, la prosa de Simone Weil, diálogos de Pasión de Jean-Luc Godard y príncipes de la mitología de Serbia–, Signs of Life acogió el estreno mundial de Ascent, el nuevo ensayo fílmico de la videoartista indonesia Fiona Tan. Tras concursar en el Festival de Rotterdam con History’s Future, Tan ha realizado su primera foto-película. A primera vista, Ascent parece un collage histórico de fotografías del monte Fuji, una colección de instantáneas dispuestas milimétricamente para exponer la siguiente idea: la suma de unos fragmentos visuales nunca hace justicia al todo, menos aún cuándo hablamos de un verdadero monumento natural. Sin embargo, a medida que avanza el metraje, la voz en off de Tan y de Hiroki Hasegawa desvían la temática de este esplendido ensayo fílmico hacia el estudio del vínculo histórico y contemporáneo entre la fotografía y el cine.