Carlota Moseguí

La trigésima película del argentino Raúl Perrone, P3nd3jo5, concluye con la primera estrofa del poema de Pier Paolo Pasolini “Paolo, Letra a los Corintios”. En esos versos, el maestro italiano glorifica la condición de mártir de Cristo y se pregunta por qué fue crucificado: “(…) incluso su madre bajo el pecho, el vientre, las rodillas contempla su cuerpo padecer. / El alba y el crepúsculo le dan luz / sobre los brazos abiertos y el mes de abril / enternece el exhibir la muerte a las miradas que lo queman. / ¿Por qué Cristo fue expuesto a la Cruz?”. Sin embargo, no es la primera vez que la imagen de un condenado a muerte aparece en P3nd3jo5. En el ecuador del film, los protagonistas asisten a una proyección de La pasión de Juana de Arco cuando el drama de Carl Theodor Dreyer se halla en pleno clímax; es decir, en el momento en que las lágrimas de Maria Falconetti brotan frente a Antonin Artaud.

En los dos pasajes descritos, Perrone intercala la trama de su teen movie con la aparición fantasmal de la figura del mártir. Por un lado, detiene la narración para que el poema de Pasolini emerja en forma de intertítulos. Y por el otro, construye un plano-contraplano entre el rostro de Maria Falconetti y el de los espectadores de la sala, como hiciera Jean-Luc Godard en Vivir su vida. Dos gestos de radicalismo formal que apuntan hacia un único propósito: que el espectador se pregunta acerca de la relación que existe entre los skaters, Pasolini, Cristo y Juana de Arco. La respuesta es que todos ellos fueron unos ‘pendejos’ repudiados, maltratados y castigados por la sociedad, una tesis recurrente en la obra de Perrone. Excluyendo sus dos largometrajes realizados en 2015 (Hierba y Samuray-S), esos adolescentes proscritos han sido los protagonistas de sus últimos films: Las Pibas, P3nd3jo5, Favula y ahora Ragazzi.

Ragazzi-Perrone_2

Si bien entre las películas citadas los juegos simbólicos más obvios y elocuentes se encuentran en P3nd3jo5, no es hasta Ragazzi cuando la iconografía del joven mártir deviene perfecta y completa. Esta obra maestra presentada en el Festival de Roma –y ahora disponible en el Festival Márgenes– se divide en dos capítulos que transcurren en espacios y tiempos distintos, mas permanecen unidos a través de la recurrente alegoría del proscrito. En el primer movimiento de la sinfonía –términos utilizados por el propio cineasta para definir su film-ensayo–, se ponen en escena los últimos días de uno de los mayores referentes de Raúl Perrone: Pier Paolo Pasolini. Así, el primer capítulo nos traslada hasta la Ostia de finales de los años setenta, donde el cineasta italiano fue asesinado. A diferencia de Abel Ferrara u otros directores que han recreado dicha tragedia, Perrone adopta el punto de vista del agresor, es decir de uno de los ragazzi que frecuentaba Pasolini. No obstante, el protagonista del film es no un proscrito cualquiera: aunque permanezca en el anonimato hasta el día de hoy, se trata del vándalo cuyo crimen le otorgó a Pasolini el título de Rey de los Proscritos.

Ante todo cabe subrayar que Ragazzi no es un biopic sobre el final de los días del director de Saló o los 120 días de Sodoma. Perrone se apropia del suceso con el fin de retratar aquel ambiente de delincuencia y criminalidad. En conjunto, Ragazzi es otra de sus estilizadas aproximaciones a la idea del falso documental etnográfico sobre los bajos fondos, obras con un alto contenido de denuncia social. Sin embargo, a diferencia de sus anteriores trabajos, aquí la denuncia no se hace visible hasta la llegada del segundo acto, cuando se revela que la ficción no se desarrolla en la Italia del siglo XX, sino en los suburbios de la Córdoba del siglo XXI. Varía el contexto, pero los personajes y escenarios siguen siendo los mismos. Con este cambio de ubicación el autor certifica la universalidad y vigencia de la figura del joven mártir. Porque, aunque el tiempo pasa, la marginalidad y la delincuencia no desaparecen.

Visionado de la película en el Festival Márgenes.