Laura Carneros (Festival de Málaga)

Uno de los placeres del señor Liberto es “hablar con las manos”. Ana Serret Ituarte, directora de El señor liberto y los pequeños placeres (presentada en la Sección Oficial de Documentales del Festival de Málaga) enumera una serie de actividades sencillas que a su padre le gustaba hacer y que, por ende, definían su personalidad. La directora se detiene, especialmente, en el movimiento de las manos, dado que la edad de su progenitor y el alzhéimer no le permiten apenas cultivar el resto de “pequeños placeres”. Serret filma con paciencia y detalle la quietud y los impulsos nerviosos que marcan la expresividad de Liberto. “No existen palabras, pero sí gestos y miradas”, comentó la directora previamente a la proyección de la película.

Estamos ante un documental que se afana, como sostiene la directora, en “conservar los destellos de las vivencias de las personas que tienen esta enfermedad”. Asegura que con esta película quiere hacer hincapié en lo vivido, y no en lo olvidado. Su objetivo es mostrar otro punto de vista y no caer en el drama. Sin embargo, resulta imposible resistirse a la sacudida emocional que Serret invoca mediante un ejercicio de sutilidad brutal: el discurso se articula mediante el montaje de grabaciones caseras pretéritas que, en ocasiones, se complementan con audios actuales, y viceversa. Los tiempos vividos pueden regresar a través de piezas musicales de antaño.

Serret busca la manera de definir en imágenes la enfermedad: construye el relato a través de un lenguaje sensorial, sin aportar más voces en off que aquellas que surgen de conversaciones cotidianas. En una de las secuencias más significativas del film, vemos primero un plano detalle de las manos ancianas de Liberto, luego asistimos a una escena de veraneo en la que la pequeña Ana recibe de manos de su padre un montón de arena de playa, y por último, vemos otro plano detalle de unas manos que corresponden a Bruno, el hijo de Ana. Este encadenamiento funciona como metáfora de la herencia que ella recibe y posteriormente pasará a sus hijos: no solo hay un traspaso cultural y afectivo, sino también genético. Esta secuencia entrañable queda oscurecida por el miedo al futuro y a la transmisión de la enfermedad que también expresaba Carla Subirana en Nadar, otro documental donde la realizadora abordaba el alzhéimer desde la experiencia personal.

Ya en la ficción, la sección Zonazine quedó inaugurada con una propuesta que también ahonda en las relaciones familiares. Mónica, la protagonista de Con el viento de Meritxell Colell Aparicio, se enfrenta al silencio rocoso que se ha instalado entre ella, su madre y su hermana Elena, tras volver a casa después de una vida dedicada a su profesión: la danza. Este será el medio que la protagonista adopte para liberar su frustración: a través de coreografías catárticas, liberadoras y violentas como fuertes rachas de aire, Mónica trata de erosionar el muro de incomunicación.

La película da especial importancia a las palabras que no se dicen, aquellas que, paradójicamente, cuesta más pronunciar cuando se comparten vínculos de sangre. Sin embargo, los reproches y la culpa acabarán aflorando sin necesidad de hablar: la actitud de las hermanas encierra el significado de lo que realmente callan. El entorno geográfico complementa sin duda la personalidad de las mujeres. Un pueblo de Burgos de orografía irregular donde el viento arrecia de manera constante sirve de escenario para visibilizar la furia interna. Los encuadres cerrados y la cámara en mano que predominan desde el inicio de la película refuerzan el carácter imprevisible de unos sentimientos agitados por las circunstancias. Como si también la cámara se moviera “con el viento”, o a merced de los impulsos de sus protagonistas. 

Por el contrario, resulta clave el papel de Pilar, la madre, quien, como su propio nombre indica, parece ser la única capaz de mantenerse firme ante las inclemencias. Con una actitud que, en apariencia denota más practicidad que pesimismo, la madre de Mónica y Elena demuestra su fortaleza de manera evidente cuando, a su edad, continúa haciendo tareas propias de la vida en el campo, como recoger patatas o cortar, empuñando un hacha, ramas para hacer leña. En sentido figurado, Pilar posee una determinación maestra que no solo emplea cuando se reúne con sus amigas para jugar a la brisca. Y del mismo modo es capaz de desprenderse de una antigua máquina de hacer chorizo, como del rencor que acaso quizá un día sintió por su hija Mónica.

Para intentar comprender a la protagonista de Ana de día resulta pertinente recordar un fragmento de Nada, la primera novela de Carmen Laforet: “Me parecía que de nada vale correr si siempre ha de irse por el mismo camino, cerrado, de nuestra personalidad. (…) Yo tenía un pequeño y ruin papel de espectadora. Imposible salirme de él. Imposible libertarme. Una tremenda congoja fue para mí lo único real en aquellos momentos”. Quizá el personaje principal de la ópera prima de Andrea Jaurrieta sintiera también ese miedo real cuando, de repente, deja de mirar cómo pasa su vida para observarla directamente en el cuerpo de una doble. Puede que por pánico, o por el propio conformismo que hasta el momento ha determinado sus pasos, Ana se aparta sin más y deja que su doppëlganger la sustituya. Durante el prólogo asistimos a esta repentina usurpación de la identidad que se produce sin que, de manera natural, aflore en el espectador un sentimiento de preocupación o intriga. Una música de violín y el rostro visiblemente preocupado de Ingrid García-Jonsson indican que algo muy grave acaba de suceder, sin que realmente así pueda percibirse. A partir de la escena que sirve de fondo para los créditos de inicio (un plano medio fijo, frontal, de la protagonista corriendo en una cinta andadora, al estilo de Yorgos Lanthimos, con música clásica de fondo), Ana parece huir hacia su nueva vida, pero, ¿realmente lo hace? Como el hámster que corre atrapado en una rueda, esta escena, de aparente transición, encierra todo el sentido de la obra: Ana empieza de cero, pero no podrá escapar de su naturaleza.

El título de la película hace referencia directa a la película de Luis Buñuel, Belle de Jour, pero más allá del piso que Ana busca para compartir (el cual podría ser el equivalente a la casa de citas en la que trabaja el personaje de Catherine Deneuve) la cinta no encuentra mayores paralelismos. Mientras que el personaje de Sévérine, en Belle de Jour, lleva una doble vida que le permite explorar su sexualidad sin renunciar a la existencia burguesa que adora, Ana, además de abandonar por completo su rol habitual, tiene la necesidad de verse realizada en diferentes aspectos y no solo se adentra en el terreno amatorio. Igual sucede con las reminiscencias a Joven y bonita, de François Ozon, que si bien en un principio Ana de día puede traer su recuerdo a la memoria, a poco que se analice, la búsqueda de la identidad de Ana no se produce a través de la sexualidad. Además de los ya mencionados, los referentes estilísticos son variados: desde personajes claramente fellinianos, hasta un número de ballet inspirado en “Cisne negro” (película en la que Darren Aronofsky también retrataba una dualidad psicológica).

“Ana de día” irradia magia por momentos, especialmente en escenas puntuales que tienen lugar en el club nocturno (como por ejemplo, la actuación de Gina Martonelli), pero hay una ausencia de dilemas reales, concretos, que sumerjan al espectador en el viaje emocional de Ana, más allá de la fascinación que puede despertar su periplo incierto por lugares decadentes.

Alejo Moreno, debutante en el largometraje de ficción, adentra a su protagonista en la prostitución para abordar con Diana la falsa identidad y las dobleces morales. Sin embargo, en este caso la prostitución actúa como metáfora mayor de la hipocresía social y la manipulación informativa. Producida por él mismo, Diana pretende mostrar otro punto de vista del oficio más antiguo del mundo, ese que dignifica a las profesionales y las reconoce como trabajadoras que ejercen libremente. La cinta arranca con un montaje de imágenes más que interesante, y que por momentos puede recordar a los juegos visuales de Alejandro Jodorowsky. Una introducción arriesgada y prometedora que no tiene mayor continuidad (quizá el director la retoma hacia el final, en una escena de tintes oníricos) pues en seguida Moreno abandona esta línea en pos de otra realización y montaje más conservadores.

La película se centra mayormente en los juegos sexuales que se producen entre una prostituta de lujo (aunque el gotelé, la ducha mugrienta o las plantas del chino hagan dudar de la calidad del servicio) y su cliente. Durante el encuentro, Diana y Jano dialogarán sobre sus respectivas vidas, y la conversación dará lugar a que la película inicie varios frentes, a través de los cuales la trama introduce temas relativos a la crisis financiera, como la estafa, la corrupción o el cuestionamiento de los valores sociales. La idea inicial con la que arranca Diana queda diluida en una variedad de temas y secuencias secundarias (como la protagonizada por Laura Ledesma, o las entrevistas interminables de Jano en televisión sobre economía) que finalmente complican la interpretación global del mensaje que quiere transmitir la película.

Por último, cabe mencionar el estreno en la Sección Oficial de Memorias de un hombre en pijama, una de las propuestas más esperadas por tratarse de un proyecto de animación basado en las viñetas de Paco Roca. Dirigida por Carlos Fernández de Vigo y guionizada por el propio Paco Roca junto a Ángel de la Cruz y Diana López Varela, el resultado carece de la sensibilidad artística que poseía Arrugas, dirigida por Ignacio Ferreras, que también adaptaba la obra del dibujante. La historia de amor entre Paco y Jilguero cuenta con la banda sonora de Love of Lesbian y un elenco de personajes inmersos en la vida moderna. Pero el personaje principal y su cuadrilla de amigos viven en una paranoia constante por la dominación femenina que hace arquear la ceja en más de una ocasión.

Parece evidente que hay una sombra de culpabilidad ante un guion con una brutalidad masculina apabullante que se compone de personajes estereotipados con roles muy definidos. Hacia el final, cuando Paco y Jilguero son entrevistados por la periodista Elena Sánchez, el personaje femenino (fantasía sexual masculina hecha monigote: una criatura insaciable sexualmente que solo se enfada ante el rechazo) reconoce que su pareja cumple varios de los requisitos para ser el perfecto machista. Ante trabajos como este, que incluso levantaron ampollas en la rueda de prensa, cabe preguntarse lo siguiente: En un festival de cine que, en esta edición, presume de apostar por la igualdad, ¿basta con añadir a la programación más nombres de directoras o es necesario revisar dos veces el contenido sesgado de las películas?