Fernando Bernal (Festival de San Sebastián)
Kiyoshi Kurosawa comenzó su trayectoria como cineasta en el mundo de las producciones ‘directas a vídeo’ en Japón, con lo que conoce bien el territorio de la serie B, y se mueve en él a la perfección. Más adelante se convirtió en uno de los referentes del J-Horror, que exportó con éxito películas de terror del país nipón a todo el mundo, con títulos que son reivindicados como clásicos de referencia por los fans del género como Cure (1997) o Kairo (2001). Y en la actualidad está considerado como uno de los grandes autores del cine contemporáneo, así sin etiquetas, porque su filmografía, dado su carácter heterodoxo y personal, se muestra muchas veces esquiva a las adscripciones genéricas. La prueba está en este mismo año, en el que ha presentado tres obras distintas como Chime, que se pudo ver en el Festival de Berlín; Cloud, recientemente estrenada en Venecia; y Serpent’s Path, que compite ahora en la Sección Oficial del Festival de San Sebastián.
Las dos primeras se vinculan a ese inquietante universo paranormal que le consagró, mientras que esta última es un thriller que rinde homenaje a la serie B. O, mejor dicho, a su propia forma de entender la serie B. Porque el film es un remake de su película del mismo título estrenada en 1998 y que vista en perspectiva puede analizarse en forma de juego de espejos con Reservoir Dogs (1992), de Quentin Tarantino. Ahora, con producción y reparto en su mayoría francés, traslada la acción de Tokio a París, pero mantiene intacta la esencia del original y respeta en buena parte su armazón argumental, incluyendo ciertas variaciones o extensiones de la trama. La venganza sigue siendo el tema principal del film, protagonizado por un hombre cuya hija apareció hace unos meses asesinada, y que ahora quiere encontrar a los culpables del crimen. Cuenta con la ayuda de una mujer japonesa (en la original era un hombre, otra variación), que de manera voluntaria se ha ofrecido a ser su cómplice en su ajuste de cuentas con los asesinos. Alguien que no revela nunca las motivaciones de este ‘altruista’ gesto.
Su plan parece infalible. Ella sabe quién es el culpable, y ambos piensan secuestrarlo para acabar con su vida. Sin embargo, cuando lo interrogan surgen dudas sobre su identidad, y eso desemboca en una cadena de secuestros con su consiguiente dosis de violencia, un elemento que está casi siempre presente en el cine del japonés. Kurosawa cambia en esta ocasión el motivo del ajuste de cuentas entre yakuzas con el que arrancaba la primera versión, por un argumento que se centra en el mundo de la adopción ilegal y el tráfico de menores. Sin embargo, en un gesto autorreflexivo hacia a su propia obra, además de variar la imagen rodada en celuloide por la textura digital como síntoma del cambio de los tiempos, encaja buena parte de las secuencias más recordadas de la primera en el segmento central de esta segunda, en especial todo lo relacionado con los interrogatorios que llevan a cabo los dos vengadores en el interior de una nave abandonada.
El director revisita pasajes íntegros manteniendo el mismo tipo de planificación y el diseño de las secuencias del film de los noventa, exhibiendo otra vez un uso exquisito de los delicados movimientos de cámara, componiendo de forma milimétrica cada encuadre y sacando todo el partido a la profundidad de campo en las escenas que se desarrollan en los interiores. Además, el autor de La mujer del espía (2020), un film en el que dio un giro hacia el clasicismo, vuelve a demostrar su delicado concepto de la puesta en escena, pese a que en ocasiones lo que está ocurriendo en la pantalla lleve al espectador al límite en cuanto a la tensión que consigue y a su uso tan visceral de la violencia, algo que es una seña de identidad reconocible dentro de su filmografía.
Hay que agradecer a Kurosawa que no se haya tomado este proyecto como un encargo y que haya decidido profundizar en algunas cuestiones que quedaban solamente apuntadas en el original, que se ceñía más estrictamente a la cuestión de la venganza física. Y que tampoco haya elevado el tono del film, dejándolo reposar en lo que pretende ser en todo momento un violento y claustrofóbico thriller, con giros constantes, algo repetitivo en su funcionamiento, pero muy disfrutable desde el punto de vista cinéfilo. Porque siempre es un placer reencontrarse con un director que dignifica el concepto de género, de cualquier tipo de género que aborde, y que demuestra que este no tiene que estar confrontado con el de autoría. Y que, además, se haya programado dentro de la sección oficial de un festival, que en principio siempre se muestran reacios a este tipo de propuestas.