Júlia Gaitano (L’Alternativa)

Es el último día de L’Alternativa (Festival de Cine Independiente de Barcelona) y la expectación se puede palpar en el ambiente mientras entramos en el Auditori CCCB. La noche anterior se otorgaron los premios y El silencio es un cuerpo que cae, sentida ópera prima de la argentina Agustina Comedi, film en el cual estamos a punto de sumergirnos, fue nombrado Mejor Largometraje de la 25 edición del certamen catalán. Ya en el film, una texturizada mirada en vídeo VHS recorre el marmóreo cuerpo masculino del David de Michelangelo. La atenta i sensual inspección de sus volúmenes se desvía momentáneamente para mostrar, a los pies de la escultura, una mujer y una niña, que le sonríen de vuelta. Antes del nacimiento de Agustina Comedi, Jaime, su padre, compró una cámara de vídeo con la que se dedicó a grabar todo aquello que sucedía a su alrededor. La llevó encima hasta el día que murió, en un accidente, cuando ella tenía tan solo 12 años. Por esa cámara pasaron imágenes de todo tipo: encuentros familiares, celebraciones, viajes… Pero aunque a la pequeña Agustina le pudiera parecer que la máquina capturaba todo su mundo, durante los años que compartió con su padre, un gran tabú escapó al registro, permaneciendo en un incómodo fuera de campo: su homosexualidad. Mucho tiempo después de su muerte, habiendo tomado una nueva consciencia al respecto de su verdadera identidad, la cineasta argentina recupera horas y horas de filmaciones para revisar y releer sus propios recuerdos y los de la gente que convivieron con Jaime y esa parte silenciada.

La mezcla de texturas –de las imágenes en VHS al fascinante y testimonial uso de fotografías antiguas, pasando por las grabaciones de declaraciones contemporáneas– confiere al film la sensación de gran compilación vital, reordenada por la directora para poder conectar con sentido esas dos capas de realidad entre las cuales vivió su padre. La pausada voz de Comedi nos guía a lo largo de la delicada situación privada que narra El silencio… y que, inevitablemente, acaba trasladándose a una esfera pública, e incluso política. Agustina cede la palabra a su familia que, sorprendida (quizás no tanto), da cuenta de todos esos instantes en los que habían supuesto algo distinto o reprimido en Jaime. Nos hablan sus amigos de juventud, de los cuales escuchamos declaraciones realmente espeluznantes que, no por ya conocidas, se hacen más fáciles de oír (inhumanas terapias de electro-shock, tortura policial, estigma familiar). Hablan también compañeros de la militancia de izquierdas que, contrariamente a lo que pudiera parecer, no encontraron en esos ámbitos mayor amparo que en el sistema tradicionalista y represor. Hablan de Jaime, pero también de Néstor, su gran amor, con quien convivió durante 11 años, antes de pasar a ser su mejor amigo y padrino en su boda, antes de su muerte por el SIDA a principios de los años 90. Nos cuentan que Jaime no vivió asustado, que su vida familiar no fue una obligación, aunque de algún modo sí un refugio.

Explica la directora que un tiempo atrás, un amigo de su padre le dijo de forma críptica que, al nacer ella, hubo una parte de Jaime que murió para siempre. Su voz repite esa estremecedora afirmación: “Cuando yo nací, una parte de Jaime murió.” Solo podemos imaginar lo que debe suponer conocer, tantos años después, el sufrimiento callado de un padre, sus deseos y temores, el pasado nunca compartido. Comedi hace un verdadero ejercicio de consciencia social para, siempre desde la compasión y el respeto, dar voz a un colectivo silenciado, atacado y abatido que, en la Argentina de los 70 y 80 lucharon como pudieron por el derecho a vivir libremente. Repasando el último trecho vital de su padre, Comedi llega a la conclusión de que aquel refugio familiar y aparentemente cómodo creado por Jaime, manifestado a través de sus filmaciones, del cual ella fue la piedra angular, en el fondo no dejó de ser nunca una jaula. Aunque sea de forma póstuma, El silencio es un cuerpo que cae es la comprensiva salida del armario que Jaime (y cómo él, tantos otros) no tuvo la posibilidad de vivir.