Objeto de estudio y fascinación para grandes teóricos del cine como André Bazin o Paul Schrader, el cine de Budd Boetticher sigue alimentando el interés de la cinefilia por su magnético y esencialista abordaje al género del western. Como apunta Santos Zunzunegui en el texto que acompaña la presentación del film en Tabakalera, el de Boetticher es “un cine de ‘línea clara’, que se despoja de cualquier elemento accesorio para mostrar la osamenta que sostiene el poder de todo relato mediante una exhibición de músculo narrativo y la eliminación de cualquier grasa discursiva. Es así como hay que entender los roles del hombre y la mujer, reducidos (para decirlo con la terminología de la semiótica estructural) a meros roles actanciales, de sujeto (masculino en este caso) que busca su unión con objeto de valor (una mujer, o mejor su mera imagen, muchas veces la mujer ha desaparecido, cuando no ha sido violada o asesinada) y que funciona como puro elemento de atracción que desata la acción del “héroe”, del que tira debidamente travestida en papeles intercambiables de mujer, amante, institutriz, prostituta o granjera”. En Ride Lonesome, Randolph Scott dio vida a un cazador de recompensas sumergido en una de las abstractas odiseas itinerantes de venganza y violencia que dieron forma y color a la obra de Boetticher.

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