Rizi (Days) nos propone un pausado y deslumbrante viaje fílmico en el que dos hombres se encontrarán y, quizá, se dejarán mutuamente marcados. La historia se despliega en dos frentes sin aparente vinculación, pero que poco a poco van convergiendo. Más que por las sendas que traza el guion, los sentidos del film emanan de nuestra observación de los cuerpos y los espacios. En un arranque deslumbrante, Lee Kang-sheng, el hombre que mejor le aguanta la mirada al infinito, está sentado en el interior de su casa, y sus ojos se pierden en el exterior, en un horizonte que le atraviesa la frente. Observamos al actor –en la piel de Shiao-kang, el protagonista de casi todas las películas de Tsai Ming-liang– desde el jardín; nos separa de él un cristal semitransparente sobre el que se refleja el paisaje en el que el personaje está absorto. Imágenes superpuestas de manera natural, que de alguna manera nos invitan a armonizar planos; realidades físicamente separadas que aspiran a ser una sola. Esto (y aquí es donde entra la magia del cine de Tsai) solo puede conseguirse dejando pasar el tiempo. Rizi dura poco más de dos horas, pero es como si se alargara, en un sentido glorioso, durante días. Víctor Esquirol

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