“No importa lo que te digan, siempre estamos solas”, le dice la señora de la casa, Sofía (Marina de Tavira) a su empleada doméstica, Cleo (Yalitza Aparicio). Aunque se refiere, con razón, al estado de cualquier mujer en el panorama mexicano, la frase parece ajustarse especialmente a la figura de la joven sirvienta indígena. Roma se construye alrededor de la memoria de Alfonso Cuarón (Hijos de los hombres), su infancia en ese barrio de Ciudad de México, en el seno de una familia de clase media, y concretamente en su Cleo particular. El mexicano evoca imágenes familiares para construir la historia de esta muchacha, constantemente basculando entre el tono de drama intimista y el enfoque grandilocuente de las más imponentes epopeyas. Roma toma forma, así, de sincero y sentido homenaje por parte del director que, en un proyecto que se siente tan suyo, no ha querido perder la oportunidad de ejercer a su vez de productor, editor y cinematógrafo, sustituyendo a su habitual colaborador Emmanuel Lubezki. En esta última faceta, Cuarón destaca por sus virtuosos movimientos de cámara, en palabras del historiador y crítico mexicano Jorge Ayala Blanco: “eternos travellings de ida y vuelta o de vuelta y media que comienzan acariciantes y cada vez se exasperan más hasta convocar una trágica serie de irremediables desgracias creadas sólo por y para la cámara”. Júlia Gaitano

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