Laura Carneros (Festival de Málaga)

“Lo que no tiene nombre no existe”, le dice uno de los personajes de 20.000 especies de abejas a su protagonista, quien a sus ocho años rechaza el nombre que sus padres le pusieron al nacer, Aitor, para usar el de Cocó, una opción ambigua que le ofrece una tregua ante la urgencia de definir su identidad de género. Este periodo de transición en el que, en principio, Aitor busca su manera de presentarse al mundo, es el que aborda Estibaliz Urresola en su primer largometraje, ganador de la Biznaga de Oro de la 26ª edición del Festival de Málaga. La interpretación de Sofía Otero en el papel de Cocó pronto hace comprender su reconocimiento con el Oso de Plata a mejor actriz en la pasada edición de la Berlinale, ya que la transformación del personaje protagonista exige un repertorio de emociones muy cambiantes que van desde la frustración inicial, la vergüenza o el ensimismamiento hasta llegar a la fase final de rebeldía. El entorno rural en el que se desarrolla la trama propicia que Cocó pueda conectar con su propia naturaleza. El hecho de que sea verano, además, dada la exposición del cuerpo en lugares públicos como la piscina del pueblo, la obliga a enfrentar situaciones sociales incómodas que la harán madurar a marchas forzadas. Asimismo, este periodo de vacaciones coincidirá con la preparación del bautizo de uno de sus primos, lo que ejerce como metáfora del bautizo figurado de Cocó, quien, llegado el día de la celebración religiosa, habrá escogido cómo llamarse.

Para la construcción del guion, Urresola estuvo en contacto con Naizen, una asociación de menores transexuales que le permitió conocer el testimonio de familias que atraviesan este proceso. En este sentido, la investigación resulta clave para que la propuesta sea lo más respetuosa y rigurosa posible, sin que caiga en el cliché. Al igual que en la película Tomboy, de Céline Sciamma, en que una niña se hace pasar por niño, la visión infantil también ayuda a que el relato se haga fuerte a través de la mirada desprejuiciada que se presupone en esta etapa vital, lo que también aumenta las posibilidades de que se produzca la empatía con el personaje y su conflicto. Por el contrario, en la película de Urresola, es quizá el entorno de la menor lo que otorga a la cinta un discurso algo reduccionista, ya que son los adultos quienes parecen querer definir y limitar lo que la niña es o no es. Se abre el interrogante, por ejemplo, de si el proceso no está siendo precipitado o erróneo: si quizá Cocó, que comienza a referirse a sí misma en femenino y escoge nombre de niña, se siente como una mujer, pero no rechaza su género. Una cuestión que, por ejemplo, aborda Adrián Silvestre en su última película, Mi vacío y yo, o en el documental Sedimentos, donde profundiza a través de casos muy diferentes en las múltiples variantes que ofrece la identidad trans.

A pesar de que la cuestión de género parece estudiarse desde una perspectiva algo limitada, 20.000 especies… se erige como una propuesta que aboga por el diálogo y la diversidad, que consigue emocionar desde la construcción de unos personajes obligados a enfrentar torpemente una realidad desconocida para ellos, como es el caso de la madre de Cocó, interpretado por Patricia López Arnáiz (ganadora de la Biznaga de Plata a mejor actriz secundaria). En este aspecto, el vínculo materno-filial retratado en la película destaca también en el proceso de deconstrucción y de transición que atraviesan los allegados de un niño o una niña que comienza a expresar su identidad trans.

Como muestra de realidades muy diferentes en torno a este asunto, el largometraje Alteritats –que pudo verse en la sección de documentales– ofrece un retrato poliédrico de la identidad y orientación sexual a partir de testimonios de lesbianas. Dirigido por Alba Cros y Nora Haddad, Alteritats se centra en las historias de varias generaciones de homosexuales mediante las cuales es posible aproximarse a experiencias muy diferentes. Además de la orientación sexual, se suman otros factores, como la raza, el entorno familiar o el lugar de residencia, que influyen de manera muy particular en la visión de sus protagonistas, lo que en el documental dará lugar a reflexiones reveladoras. La propuesta combina planos fijos de entrevistas con el acompañamiento de estas mujeres (aunque algunas se identifican con género no binario) en su día a día, lo que amplia aún más la perspectiva al abarcar el área doméstica, laboral o de ocio. El toque poético lo aportan el prólogo y el epílogo, en el que las realizadoras combinan imágenes paisajísticas con un texto narrado en voz en off de tono lírico.

Retomando de nuevo el tema de los desafíos de la maternidad, Els encantats, de Elena Trapé –Biznaga de Plata a mejor guion–, no solo conecta, en este sentido, con 20.000 especies de abejas, sino que además encuentra gran relación con Cinco lobitos de Alauda Ruiz de Azúa, película ganadora de la pasada edición. El hecho de que Laia Costa protagonice ambas películas parece situarnos en lo que podría ser la continuación de la vida de aquella madre primeriza que prefiere estar sola que mal acompañada en la crianza de su bebé recién nacido. Y es que, en Els encantats, Irene, su protagonista, afronta de manera dolorosa la custodia compartida de su hija de cuatro años, quien pasa una temporada con su exmarido. Ante esta situación, Irene se marcha unos días a una antigua casa familiar situada en el pueblo de sus padres. En un principio, encontrará refugio en los recuerdos del pasado, pero a medida que retoma el contacto con antiguos conocidos descubrirá que todo edén tiene sus propios problemas. Els encantats abarca este estadio intermedio de adaptación y consigue transmitir las contradicciones de su protagonista, presentando un personaje de luces y sombras que se debate entre evadir la realidad o afrontar desde la introspección todo aquello que la hace sentir miserable. Trapé, que ganó la Biznaga de Oro con su anterior largometraje, Las distancias, ofrece en esta ocasión un relato mucho más intimista, en el que acompaña a su personaje principal en un viaje interior hacia emociones capitaneadas por la culpa de abandonar a su hija. 

Por último, en Sica, que también formaba parte de la Sección Oficial, su directora, Carla Subirana, pone el foco en la relación de una adolescente con su madre, en esta ocasión, a raíz de la desaparición de su padre tras naufragar en la Costa da Morte. La película, que también pretende desmitificar la imagen de la madre perfecta, encuentra coincidencias a su vez con Matria, de Álvaro Gago (Biznaga de Plata a la mejor interpretación femenina), ya que, además de la complicada relación de amor/odio entre las protagonistas, estas no tienen medios suficientes para subsistir con autonomía, lo que las hace depender de sus compañeros sentimentales a pesar de que las relaciones estén rotas. Así, la atmósfera enrarecida de la película, que conjuga el desencanto reprimido de Sica con la determinación y el silencio de su madre, define un largometraje cuyas acciones quedan diluidas en favor de un retrato sensorial que se apoya en la naturaleza y la climatología cambiante.