¿Cuánto atrevimiento cabe en un cineasta? ¿Cuánta coherencia? Todo documentalista debería acercarse a la obra del austríaco Ulrich Seidl para aprender unas cuantas cosas sobre el arte de aproximarse a la realidad sin prejuicios. Sus adeptos intuíamos que no existía el tema que pudiera derribar el sólido andamiaje formal y ético de su cine, algo que se ratifica en Safari, su película sobre el fenómeno de la caza de animales salvajes en África. El tema es tan espinoso que resulta aún más asombroso el acercamiento propuesto por Seidl: lejos de la simple toma de partido, el director de En el sótano y la trilogía Paraíso se acerca a sus cazadores teutones con genuina fascinación. En unas escenas características del cine de Seidl –plano general frontal, con los personajes rodeados de objetos que los definen–, se muestra a los cazadores jactándose de sus proezas o de los arbitrarios “límites” de su afición (cada cazador tiene una férrea opinión acerca de lo animales que es lícito cazar). La desfachatez imperante puede llegar a resultar hiriente, pero a Seidl no le tiembla el pulso: él continúa a lo suyo, observando, explorando, dejando que el espectador saque sus propias conclusiones.

Los mejores momentos de Safari llegan durante las expediciones de caza: la espera y la tensión de la persecución genera un suspense que da pie, en el momento del disparo, a una verdadera orgía de rituales paganos que da forma a la mística de la caza: la excitación casi sexual del cazador, la felicitaciones en forma de abrazo fraternal, el absurdo reconocimiento del supuesto honor de la presa derribada, la foto de rigor junto al “trofeo”. Durante estas expediciones, podemos advertir un pequeño detalle que pasará a ocupar el centro del discurso geopolítico del film. Junto a los cazadores y los guías blancos, siempre se advierte la presencia de algún empleado negro, un acompañante invisible que luego se encargará del trabajo sucio: arrancar la piel y descuartizar a las presas en el matadero. Un claro ejemplo del espíritu neocolonialista que emana de un negocio en el que no hay duda de quiénes son los reyes y quiénes los peones.