Neil Young (Festival de Rotterdam) (Foto cabecera: “Inferninho” de Pedro Diogenes y Guto Parente)

Juguemos con los números: durante los ocho días que pasé en el 47º Festival Internacional de Cine de Rotterdam (IFFR) vi un total de 53 trabajos: 30 cortometrajes, un mediometraje y 22 largos, 16 de los cuales vi hasta el final (unos números que cabe situar en la media de mis visitas a Rotterdam, que se iniciaron en la edición de 2003). Sé que no estoy solo al destacar como revelación del festival el magnífico documental El desencanto (1976) de Jaime Chavarri, que en España goza de un estatuto de culto pero que, hasta la fecha, había permanecido en una incomprensible invisibilidad en la escena internacional. Su presentación en Rotterdam –se proyectó en una copia en 35mm generando un entusiasmo casi unánime– debería, esperemos, subsanar esta injusticia.

No resulta sorprendente que las películas “de estreno” sufrieran ante la alargada sombra de este clásico “oculto”. Pese a todo, y sin lugar a dudas, el mejor nuevo largometraje que vi en el festival fue Azougue Nazaré de Tiago Melo, que comenté ampliamente en mi anterior crónica. Luego, mi medalla de plata es para otro film brasileño que tuvo su premiere mundial en Rotterdam, O clube dos canibais de Guto Parente, director que este año presentó no uno sino dos films en el IFFR: también codirigió Inferninho junto a Pedro Diogenes. Si un espectador desprevenido se hubiese topado con estas dos películas, lo más probable es que nunca hubiese sospechado que ambas compartían la mirada del mismo cineasta, algo que cabe reconocer como un mérito de este director-guionista de 34 años nacido en Fortaleza.

Inferninho, ambientada casi por completo en un cochambroso bar poblado por bichos raros, travestidos, soñadores y holgazanes, radiografía los estratos más bajos de la sociedad con simpatía y ternura (con su estética lo-fi como un claro indicio de lo que debió ser un presupuesto ajustadísimo). Mientras que O clube dos canibais, una sátira salvaje que embiste alegremente contra un establishment super-acaudalado, es una obra resbaladiza, filmada en formato panorámico, que podría figurar como una tarjeta de presentación diseñada para atraer la atención de productores de Hollywood.

“O clube dos canibais” de Guto Parente.

Ciertamente, con apenas unas ligeras modificaciones aquí y allí, esta historia jubilosamente sangrienta protagonizada por unos caníbales decadentes podría dar pie a un remake en inglés con (por ejemplo) George Clooney y Julia Roberts en los suculentos papeles principales. En el “original”, encontramos a Ana Luiza Rios y Tavinho Teixeira (también presente en Rotterdam como director de Sol Alegria, que no llegué a ver) como Gilda y Octavio, una adinerada, superficial y ultra-respetable pareja que anima su vida sexual asesinando (y después consumiendo) a desventurados miembros de su servicio doméstico.

Pese a estar concebido como un estrafalario, grotesco y pasoliniano ataque a la elite dominante de un Brasil presidido desde 2016 por el neoliberal Michel Temer (para más detalles, leer mi crónica anterior), O clube dos canibais interpelará a los espectadores de muchos otros países gracias a su discurso deprimentemente aplicable a la ecología socio-económica global. Nada sutil pero claramente efectiva, estamos ante una pequeña y afilada fábula que culmina en un final abrupto y altamente satisfactorio: la acción se clausura en el minuto 75 (mientras que una procesión de lentos y extensos títulos de crédito prolongan el metraje hasta los 81 minutos).

Las duraciones excesivas y el tedio gratuito han sido las cruces del circuito de festivales durante años, quizá décadas: el filipino Lav Diaz es el más obvio e indignante ejemplo de esta tendencia. Esta es en parte la razón por la que, siguiendo una lógica cuantitativa, los cortometrajes –cuya duración no suele estar expuesta a las consideraciones comerciales o a la fidelidad a fatigosas convenciones– suelen conformar hoy en día un territorio mucho más fiable para la caza de objetos preciados.

“Maskirovka” de Tobias Zielony.

De hecho, si saco la cuenta a lo más destacado de mi IFFR 2018, descubro que mis siete nuevas películas favoritas están todas por debajo de los 22 minutos. En lo más alto del podio, destaca la centelleantemente radical Maskirovka del fotógrafo alemán Tobias Zielony, una zambullida silente de nueve minutos en las desconcertantes escenas política y nocturna de Kiev –universos que Zielony ya ha explorado a través de imágenes fijas– presentadas a través de tomas breves y entrecortadas que dirigen un amplio abanico de trucajes a la persistencia de visión del espectador. En solo nueve minutos, resulta evidente que Zielony posee algo que todos los cineastas deberían tener, pero que en tantas ocasiones se echa en falta: una mirada.